Por
populares que sean los personajes de humor que hacen de borrachitos, y los
miles de chistes de borrachos que se cuentan, para mí el alcoholismo no es nada
gracioso. Veo cómo florece ante la indiferencia, la ligereza y la indulgencia
de muchos.
A
propósito, debo mencionar que viví una situación embarazosa con una persona a quien, por circunstancias que no vienen al
caso, tuve que acompañar a visitar a
otros amigos suyos que yo no conocía.
Resulta que estábamos en otra ciudad y él los había contactado para
avisarles que estaríamos allá. Ellos lo invitaron a almorzar y a mí de paso. A
los pocos minutos de llegar veo que las bebidas empiezan a fluir por la sala e
insistían en ofrecerme. Ante mi
reiterada negativa, la persona con quien yo andaba, dijo a voz en cuello y
entre risas: “¡Ah! Lo que pasa es que
ella es evangélica, de los evangélicos que no beben” y a partir de ahí ese fue el tema de
sobremesa (entre ellos, pues estaba yo
en silencio, intentando mantener la ecuanimidad en un ambiente incómodo
en el que yo no elegí estar) “¿Qué tiene
de malo que un evangélico beba?”
Fui en
cierta forma, víctima de “bullying”. Hasta que, el propio anfitrión, me lanzó
la pregunta directamente, ¿Y si
usted es libre en Cristo porque no es libre de beberse su copita y su cervecita? Sus palabras fueron como una ráfaga de
impertinencia, y pedí a Dios de su gracia para contestarle sin ofender.
Con
una leve sonrisa estilo Monalisa, respondí: “Si, soy libre, Cristo me hace libre, y en mi
libertad elijo no beber, yo respeto la
elección de ustedes, supongo que ustedes pueden
respetar la mía ¿verdad? Silencio… cambio de tema…
Creo
que Dios me dio en ese momento, una victoria, pues a la hora de sentarnos a la
mesa para comer, la actitud de todos hacia mi ya era otra, me pidieron que
diera gracias por los alimentos e
incluso se interesaron en saber de mi persona y lo que yo hacía y siento mostraron genuino
interés.
No
le pido a nadie que elija como yo, no me considero radical en el tema, pero confieso
que se me hace difícil desligar el alcohol del alcoholismo y de sus múltiples
efectos perjudiciales. El alcoholismo reduce a la persona a un estado
deplorable. Es una pena como alguien que en su juicio cabal es un ser humano
valioso, competente y decente, bajo los
efectos del alcohol se transforma en un adefesio, a veces en un monstruo que
lastima a sus seres queridos, que perjudica su carrera profesional, que pone en
riesgo su vida y la de terceros cuando toma un volante, o que es una amenaza
cuando se torna violento y conflictivo.
Y
al día siguiente de una de esas jornadas en que la persona trasfunde su sangre
por alcohol, tienes un enfermo desvalido, necesitado de ayuda familiar para
lidiar con la resaca, tienes un empleado ausente, y un individuo con amnesia que no tiene idea
de las barbaridades que hizo, a quienes ofendió, con quien se peleó, o dónde
quedó el dinero que llevaba, y con que debía enfrentar los compromisos del
hogar.
Por
eso, creo que el alcoholismo es una maldición, y comienza, con un trago, y
luego otro, y luego otro, hoy, mañana, pasado mañana… No se dónde va quedando el dominio propio, hasta que no hay vuelta
atrás. A eso ¿se le puede llamar
libertad?