"Simón Pedro les dijo:
Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y
entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada". Juan 21.3
Frustración. Después de un intenso peregrinar de tres años siguiendo al
Maestro. Después de una agitada semana que concluye con eventos desafortunados
y dramáticos, la esperanza gloriosa de un mesías y un reino nuevo quedaron
sepultadas bajo una enorme piedra.
En la ofuscación que causa la adversidad, invadido por la sensación de derrota, Pedro, drenado de
toda lucidez solo conoce una alternativa: Regresar a su antigua vida.
“Voy a pescar”, porque ese proyecto novedoso, ese sueño que me vendió Jesús,
se transformó repentinamente en una pesadilla.
“Voy a pescar,” Porque aunque en mi vida pasada padecía sinsabores y vacíos, era la única vida que yo conocía.
“Voy a pescar” Porque es la forma de sobrellevar este aturdimiento que
me invade y no me permite asimilar el aquí y el ahora.
Pero Pedro no se da cuenta que su pesimismo es contagioso, y que su
liderazgo en medio de esta crisis también se hace presente: los demás dicen: “Vamos
nosotros también contigo”. Y así, desmoralizados y cabizbajos entran la barca.
Pero las cosas no terminan de empeorar, y ese retorno a la zona de
confort se agregó a la cadena de decepción que
los ataba: Toda una noche en vano, pues no pescaron nada. Las aguas del
mar de Tiberias se mostraron renuentes a compensar el esfuerzo y la paciencia
de aquellos pescadores experimentados.
Es ese momento en que los caminos se cierran y no se sabe qué hacer.
Pero alguien los observa desde la playa. Esperando a que noten su
presencia. Alguien está listo para guiarlos y renovar sus ilusiones. Alguien
está listo para reiterarles la comisión de su nueva causa y nuevo destino. Si,
si quieren pescar, puedo darles un resultado abundante, pero ya los comisioné
para una misión mas relevante y deben retomarla: ¿Recuerdan su llamado, a ser
pescadores de hombres?