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Cuando
fui invitada a impartir una conferencia para mujeres bajo el tema: “La Medicina
y tratamiento para un corazón enfermo”, pensé que en realidad correspondía
invitar a un médico cardiólogo. Los
especialistas en enfermedades del
corazón han logrado avances asombrosos para resolver problemas cardíacos o al
menos mitigarlos y darles a los pacientes una mejor calidad de vida: Cateterismos,
marcapasos, trasplantes y mucho más.
Mientras reflexionaba, mi mente recorrió
memorias diversas de la lucha familiar que mantuvimos por la insuficiencia
cardíaca que padeció mi padre… muchas consultas, emergencias, medicamentos,
estudios, momentos de tensión y de esperanza… hasta aquel día en que su corazón
sencillamente se fue apagando hasta dejar de latir.
Pero
mi desafío era aún mayor, debía presentar la medicina para el corazón no
físico, sino espiritual que se describe
en la Biblia. El corazón es el centro de la vida espiritual y mental. Se refiere a la vida
interna del individuo, que incluye pensamientos, sentimientos y voluntad.
Cuando hablamos de motivos, afectos, deseos, carácter y principios, hablamos
del corazón. Allí se determina si la persona hace el bien o el mal. Es un
corazón intangible, no podemos
localizarlo físicamente, por más que lo asociemos con el órgano físico, también
tiene implicaciones de la mente y con las entrañas.
¿Cuál
es entonces el instrumento eficaz para reparar el corazón humano? ¿Qué tal la
Palabra de Dios, como expresa el autor
del libro de Hebreos? Se asemeja a
un filoso bisturí
que puede penetrar y cortar el alma y espíritu.
¿Has
entregado a Dios tu corazón para permitir que, con su poderosa herramienta de
sanidad trabaje en lo más íntimo de tu ser? Al abrir las Escrituras de Dios, al
escuchar el mensaje predicado, ¿Por qué no pedir la ayuda del Espíritu Santo
para comprender y poner en práctica lo
que nos enseña? ¡Ofrezcamos nuestros
corazones al Gran Médico-Cardiólogo divino!.