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“…derribando
argumentos y toda altivez … y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia
a Cristo” 2 Corintios 10:5
En nuestras interacciones con los demás, una de las
situaciones más desfavorables y perjudiciales a las que podemos enfrentarnos es
la de hacer suposiciones y actuar en consecuencia. Los pensamientos que surgen
a raíz de suposiciones pueden ser abrumadores y pueden llegar a dominar
nuestras mentes al punto de considerar estas suposiciones como hechos reales.
El apóstol Pablo también experimentó esta tendencia, que es muy común en los
seres humanos. Pablo tuvo que lidiar con personas que juzgaban las cosas solo
por las apariencias. Algunos en Corinto comenzaron a criticarlo, argumentando
que actuaba con valentía y audacia en sus escritos, pero parecía manso y tierno
en persona. Estos juicios crearon dificultades que amenazaban la efectividad de
su labor en el reino de Dios.
En su defensa, Pablo enfatizó que era la misma persona tanto en sus escritos como presencialmente. Lamentó que lo juzgaran basándose en las apariencias para descalificarlo. Pablo reiteró que su forma de actuar y pensar no se basaba en predisposiciones humanas y dejó en claro que no permitía que el orgullo guiara sus acciones, sino que sometía todos sus pensamientos a Cristo para actuar conforme al carácter del Señor, con armas espirituales. Subrayó que su misión era espiritual y no debía llevarse a cabo en el ámbito humano. Si todos aquellos que lo cuestionaban sometieran también sus pensamientos a Cristo, seguramente no lo juzgarían de la misma manera, sino que trabajarían junto a él en la proclamación del evangelio, siguiendo el ejemplo de humildad, mansedumbre y ternura de Cristo.