Hay circunstancias que me
traen de nuevo a la mente la frase que escuché décadas atrás de los labios de
un amigo y mentor: “La ingenuidad no es una virtud". La frase aplica almas
puras que consideran que otros sean incapaces de tener intenciones turbias. Sirve como advertencia de que nuestra buena fe
puede dejarnos vulnerables. Aunque es natural acercarnos a otros con confianza,
una ingenuidad sin límites puede abrir la puerta a ser engañados o a que saquen
aprovecho abusivamente de nosotros. Actuar con discernimiento y cautela nos
protege de quienes podrían explotar nuestra sinceridad o intenciones. La
verdadera virtud no está en la confianza ciega, sino en la consideración sabia
de los motivos y acciones de los demás. En un mundo donde las intenciones no
siempre son claras, es esencial equilibrar la confianza con una sana cautela
para proteger nuestra integridad y bienestar.
Proverbios 1.10: Hijo mío, si
los pecadores te quisieren engañar, No consientas.