Cómo Enfrentar La Difamación A La Manera De David
La difamación tiene
muchas caras: mentiras, chismes, manipulaciones y comentarios malintencionados
que se esparcen sin medir consecuencias, sin pensar en el daño que provocan. Se
hace mucho daño, a veces humanamente irreparable. Hoy, las redes sociales y los
medios de comunicación le han dado un alcance exponencial, pero en realidad
solo reflejan prácticas muy arraigadas en la conducta humana. Prácticas que, a
lo largo de la historia, han dejado a muchos como víctimas… y a otros, como
victimarios.
En el Salmo 7, David
clama a Dios pidiendo justicia frente a acusaciones falsas. Él no busca
venganza humana, sino refugio en el Señor, quien conoce la verdad. Enfrentar la
difamación es una prueba dura para el corazón, pero la Escritura nos enseña
cómo actuar.
Si
estás en una situación como la de David, lo primero es correr hacia Dios
para pedir protección. Recuerda: Su opinión es la única que importa
(Romanos 8:33). A veces, responder puede ser necesario. Proverbios 26:4-5 nos
da sabiduría: No
respondas al necio de acuerdo con su necedad… respóndele como merece su
necedad. Jesús mismo, al enfrentar difamación, algunas veces la
contradijo (Juan 5:19-46), otras veces se burló de la acusación absurda (Lucas
7:28-34), en ocasiones hizo preguntas o contó para exponer los motivos de sus
acusadores (Lucas 14:1-6) y muchas veces simplemente la ignoró (Marcos 11:33).
Cuando
el ataque viene directamente contra ti, y de parte de alguien en la familia de
la fe, es aún más doloroso, pero aun para este caso Jesús da una pauta. Sigue
el consejo de Mateo 18:15-17: habla primero en privado con tu hermano; si no
escucha, lleva testigos; si persiste, infórmalo a la iglesia; y si aun así no
escucha, trátalo como gentil y publicano.
Si
escuchas a alguien difamar a otro, especialmente a un hermano en la fe, ora y,
si la situación lo permite, corrige al que está pecando. Martín Lutero dijo que
la difamación debe detenerse igual que un asesinato, pues destruye vidas.
Nuestra preocupación debe estar con la víctima, no con la incomodidad del
difamador.
Y
si has sido tú quien ha difamado, confiesa tu pecado a Dios: “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar…” (1
Juan 1:9). Si el daño fue público, el arrepentimiento verdadero te llevará a
repararlo públicamente. No basta decirle a Dios “lo siento” y seguir adelante.
Juan el Bautista exhortó: “Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Lucas 3:8, 10-14). Dios perdona, pero el perdón
genuino nos impulsa a cambiar y a restaurar lo que hemos dañado.
En
todo, recuerda que el Señor es tu defensa, tu juez justo y tu refugio seguro.
Como David en el Salmo 7, deposita tu causa en Sus manos y responde con
integridad, confiando en que Dios vindicará la verdad.
(Imagen: Pixabay de uso libre)