La necesidad de afecto y compañía es común a todo ser humano desde el vientre de su madre. Estudios sociológicos sobre la convivencia han demostrado que es imposible que una persona pueda vivir completamente aislada de la gente sin desarrollar conductas antisociales y completamente divorciadas de lo que es la forma de actuar propia del ser humano.
El primero en observar esto fue Dios, quien al crear al hombre vio que no había compañía idónea para Adán y consecuentemente creó a la mujer. Es así como Dios establece la sociedad y la persona puede desarrollarse plenamente dentro de ella.
La Biblia también plantea la importancia que reviste para todo ser humano el ser sentirse aceptado, apreciado y necesitado por los demás. Este sentir es más intenso en unas personas que en otras, cuyas necesidades afectivas parecen más evidentes y hasta una aparente carencia de afecto les hace sufrir más que a otros.
Por eso es necesario, primero, tener conciencia de nuestro valor propio, el cual nos ha asignado Dios, una autoestima sana, que implica amarnos y autovalorarnos en su justa medida. Y entonces, en segundo lugar, contar con amigos y amigas sinceros y verdaderos que nutran nuestra existencia, de manera que no vivamos indiferentes los unos de los otros.
“El que tiene amigos, ha de mostrarse amigo, y amigo hay más unido que un hermano” (Prov. 18: 24)
¿Cuántas veces hemos escuchado personas decir que no tienen amigos, pues afirman que nadie se interesa por ellos, y prefieren vivir su vida sin compartir sus asuntos personales, porque no tienen en quien confiar? Usualmente su actitud es fruto de decepciones previas que han sufrido con personas que les han fallado, los han herido o traicionado.
El principio Bíblico aquí citado nos dicta que, sí merecemos la lealtad y el interés genuino de las personas con que nos relacionamos, pero igualmente nosotros debemos estar dispuestos a ayudar, apoyar y procurar el bienestar del otro.
No queremos amistades interesadas que nos presten atención solo por un precio o que solo se acerquen procurando algún provecho. Así que no debemos acercarnos y buscar la amistad de los demás con tales fines.
Si logramos el balance entre nuestra sana autoestima y autorespeto, y el desarrollo de amistad con personas adornadas de valores y virtudes, seguro que disfrutaremos del bienestar que se obtiene al compartir más la seguridad de que hay gente que nos aprecia, valora y respeta genuinamente.