"Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado,escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse... - Benjamin Franklin


sábado, 16 de marzo de 2013

IRRELEVANTE


IRRELEVANTE

La mañana estaba fresca y el cielo un poco gris. El resort entre sierras y vegetación boscosa invitaba a reflexionar. Desayuné temprano y en vez de ver las actividades de grupo, elegí dar un paseo, una caminata conmigo misma, de esas en que piensas profundo y sin testigos, ríes y lloras si quieres, piensas hasta que te duele. 

 Los senderos ya existían y apenas me fijé en las señales que indicaban hacia dónde llevaban. Una sensación de seguridad y tranquilidad me permitieron avanzar confiada, si prisa, sin destino.  Hasta que alcancé a ver a aquel hombre que, al parecer coincidiría conmigo unos metros más adelante, él venía, desde un sendero perpendicular, e igual que yo, lucia que estaba cavilando profundamente. En breves segundos hilvané una secuencia de pensamientos, primero, su presencia en mi escena solitaria, cambió el cuadro, interrumpió mi retiro.  Luego, dije, solo nos cruzaremos y diremos buen día, y luego, él seguirá su trayecto y yo recuperaré mi espacio, después de todo, a lo mejor también yo a él le parezco una intrusa, que pronto romperá la configuración de su ruta, con la electricidad que emana del sonido “hola” o las ondas magnéticas de una sonrisa fugaz.

Pero no, yo tenía dos opciones más: podía detenerme, como a mirar algo repentino que desviara mi atención y evitar la intersección, o acelerar el paso y adelantarme a llegar y pasar.

Entonces me pregunté porque quería huir, qué me asustaba y sentencié, que era irrelevante cruzarse con cualquier persona en cualquier momento y en cualquier lugar.

Y llegamos simultáneamente a la intersección, y él habló primero, y yo tragué en seco con lo que oí, mientras él se tornaba en mi dirección.  “Dios es espléndido, no le pedí encontrar un ángel en este paseo” En mi sano juicio, habría catalogado esa frase de cursi.  Pero igual, arisca y predispuesta, respondí con una ligera mueca, un gesto ambiguo entre la gratitud y la indiferencia.

Él no dijo nada más por algunos segundos, solo caminaba consigo mismo. Pero yo ya no caminaba conmigo misma. Su presencia me invadía y quise pensar en cuánto duraría ese sendero. 

Decidí hablar yo.

--¿Estás en el retiro?

--Así es--- respondió--- Supongo que tú también. Pero no me atraen las actividades ni las excursiones, que son lindas, pero yo necesito algo distinto. Quiero, pensar.

--Pensar, la cosa más difícil del mundo-- dije.

--Cierto, alguien dijo que eso era lo más difícil. --replicó el desconocido.

--“Emerson” dijimos a un tiempo. También coincidimos en la sorpresa y la risa.

--¿Y pensar es mucho más difícil cuando alguien te interrumpe, como yo acabo de hacer, ¿verdad?

--Para ser sincera, empecé a odiarte antes de llegar a la esquina, por intruso.

--Ja ja ja ja! No creo que odies a nadie, si hasta en ese aforismo fulminante solo te brota dulzura. Pero nada, en el próximo cruce te dejo, lamento haber arruinado tu paseo.  Y además hasta allá te propongo no decir una palabra más. ¿De acuerdo?

--Sí, de acuerdo.

Y continuamos caminando, como en procesión. El silencio empezó a lastimarme. Quería oírlo reír otra vez, quería saber su nombre, quería saber quién era y de dónde. Pero hice un trato.  No sé cuántos minutos pasaron, tres, cinco, diez, no sé, pero ya no apareció ningún otro camino cruzado y el punto final del sendero era la paradisiaca vista de un abismo. Estábamos en el límite de la sierra, desde donde la inmensidad de una llanura se avistaba hacia abajo.  

--¡Wao! ¡Creo que hasta aquí llegó el trato! -- me dijo.

Volvió a reír saciando la sed que ya había creado en mí. Y entonces sacó su celular y me mostró algo. Ya en Google él tenía el mapa visualizado desde antes de salir. Él sabía el destino, yo no.

--¿Quieres descansar antes de regresar? Me preguntó. 

--Tal vez, pero si se tiene que ir, usted se puede ir.

--¿Usted quién?,--Y miró alrededor antes de seguir--me hablaste de tú hasta que hicimos el trato.

--Bueno, como sea, el caso es que no tenemos que esperarnos el uno al otro.

--Seguro, eh… (su gesto indicó que era hora de darle mi nombre., pero como no verbalizó la pregunta, no respondí).

--Perdona, soy Ángelo ¿Y tú?

Le di mi nombre y entonces, dijo,

--Prefiero que regresemos juntos, de verdad no quiero dejarte abandonada al pie del abismo… por favor…

--De acuerdo, voy a mirar un poco este paisaje y disfrutarlo un rato, solo eso. 

Nos sentamos sobre la hojarasca aun húmeda por el rocío, como a un metro uno del otro, de frente a la inmensa vista panorámica que la naturaleza prodigiosa nos regaló.

Por una décima de segundo me atreví a quitar la vista del paisaje y de reojo examinar al individuo al lado mío. Llevaba pantalones y camisa estilo expedicionario, con sus respectivas botas. Su cabeza descubierta, exhibía una semi calva que al parecer lo ubicaba en los cuarenta y tantos.  Por otro momento se alborotó mi mente con impulsos de preguntar quién era, y por qué quería estar a mi lado, y cuidar de mí como a una desvalida.  Después de todo, yo elegí ese camino y aunque no sabía cómo acababa, podría devolverme sin mayores consecuencias. Volvía en mí, y me convencía que era irrelevante saber más de él.

Pero ya no estaba tranquila queriendo pensar, más bien quería regresar ya mismo, y salirme de esta situación incómoda que en vez de tranquilidad me causaba estrés. 

--Ángelo, creo que podemos irnos.

--Seguro—dijo a la vez que se paró como un resorte y me extendió su mano para ayudarme a levantar.

--Tu mano está helada-- me dijo--. La suya estaba tibia, deliciosamente tibia. Me tomó la otra mano y las unió entre las suyas, frotándolas con suavidad.  No me miraba mientras lo hizo, como si aquello no fuera una caricia, como si prefiriera no mirarme. 

-- ¿Mejor verdad? –preguntó

--Sí, gracias, dije un poco turbada.

Empezamos a retornar sin el pacto anterior. Con todo, íbamos en silencio hasta unos minutos después, cuando él me dijo,

--No solo tenías las manos heladas, estás sumamente tensa. El estrés puede matarlo a uno ¿Sabes?

--Si, supongo que sí. Pero estar aquí de vacaciones ya es una esperanza de salvación.

Me regaló su risa otra vez.

En un momento noté que nos acercábamos al punto del encuentro inicial y empecé a anticipar qué diríamos al despedirnos. El tomó la iniciativa de hablar.

--Oye, sé que mi sección está hacia la derecha, pero si no te molesta, me encantaría llegar contigo hasta tu sitio, porque quiero asegurarme que estés sana y salva… (¿De qué?, me preguntaba yo).

Iba a responder que era innecesario, pero mis labios dijeron “Sí, de acuerdo” otra vez… total era irrelevante si doblaba o seguía. En unos minutos sería historia. 

De pronto empezó a hablar otra vez:

--Apuesto a que prefieres comida italiana y si no, mariscos… ambos igual, con vino tinto, pero tal vez porque no has probado con vino blanco…

--Ángelo… (Quise detenerlo)

--Por favor, -- dijo suplicando sutilmente-- te esperaré en la última mesa en el restaurant de buffet italiano, a las 7 de la noche. Por favor, no quiero cenar solo… soy un tonto escogiendo del menú.

--Titubeé otra vez, pero igual mis labios en vez negarse, respondieron, “Sí. De acuerdo.”

Sin darme ni cuenta ya estábamos en el umbral de mi puerta. Hice un gesto vago y nervioso de adiós con las manos, sin más palabras. El Asintió con la cabeza y sin leve sonrisa sin esbozar sus dientes. Se dio la vuelta y empezó a alejarse. Entré a la habitación y lo seguí con la mirada hasta perderlo de vista.  “Uff, tengo una cita las 7!” pensé un poco turbada.

El resto del día pareció interminable. De hecho, no salí de la habitación, ensayando peinados, probando de mi escasa selección de vestidos, y eligiendo mis diálogos. “No sé quién es, debo preguntarle a qué se dedica y dónde vive, si es casado, si tiene hijos, qué hace aquí solo…”

Me trajeron comida a la habitación, no recuerdo haberla pedido, pero eso dijeron, que había ordenado una ensalada que apenas probé, pues quería tener hambre a la noche. Minutos después de comer, un sueño invasor se adueñó de mí, y cedí al impulso de tomar una siesta. Tal vez así no le pareceré tan tensa.

A las 6 pm estoy lista, pero estoy a cinco minutos del restaurant. Me senté a leer mi libro de frases célebres; repasé otras frases de Emerson (¿Le gustarán algunas otras frases de alguien más?). ¿Cómo sabe que prefiero comida italiana y mariscos?, ¿Cómo sabe que prefiero el vino tinto y que ni si quiera intento probar con el blanco?  ¿Será que se cruzó a propósito conmigo?  Bueno… ¡Qué importa! Es irrelevante porque al restaurant irán muchos de mis conocidos y de los conocidos de él también. Sabré quien es y será todo.

A las 6 y 50 minutos, no pude esperar más y caminé hacia el restaurant, sola, como en la mañana, pero esta vez tenía tiempo y destino definidos.  Subí los escasos escalones y busqué con la mirada al expedicionario de la mañana. Lo encontré, solo allá al fondo en la última mesa. Ahora vestía camisa blanca y chaqueta azul, pantalones beige.

Ángelo lucia tranquilo y nada impaciente. Se levantó y él mismo acomodó mi silla. Quise extenderle la mano, pero ahora, además de fría, estaría temblorosa, así que, me refugié agarrando el borde de mi bolso de mano.   Miré el resto de lugar, al parecer era temprano para cenar, porque había poca gente allí. Miré otra vez buscando un ancla, alguien de mi grupo, pero no, nada de nada, mi vista parecía borrosa y él hizo señas al mesero.

--Una botella de vino blanco, la descorcharemos cuando la dama vaya por sus bocadillos de entrada favoritos.

--Me extrañó aquella ordenanza, pero me dijo: Las damas primero

--Sí, de acuerdo.

Me levanté de una silla que apenas había calentado, pensando que al parecer solo vinimos a comer. ¡Qué poco estilo, ni siquiera un poco charla de sobremesa!

Tomé un plato pequeño para escoger unas croquetas y unos canapés rellenos de queso y salsa… ¡los mismos de siempre! ¡Aquí también los tienen! Entonces, me sentí un poco egoísta de solo servir para mí. Cambié el plato… escogí el doble de todo, ¡compartiríamos la comida! ¿No será mucha intimidad para una primera vez? ¿Será que Ángelo también prefiere la comida italiana y los mariscos?,  

Volvía de regreso a la mesa y no lo encontré. Lo alcancé a ver, solté el plato y avancé hacia él, que no advirtió mi cercanía.  Hablaba por el teléfono y la curiosidad me guio a ocultarme para escuchar.

“Si, mi amor, regreso este fin de semana, tan pronto vea a mis pacientes… de hecho, ahora estoy con aquella joven que te dije… Si, cree que estamos en el “restaurant” y que ha ido al servirse al buffetEsta mañana la he salvado yo mismo otra vez de lanzarse al abismo. No sé, he sugerido que les pongan más verjas a los límites del centro, pero me dicen que solo ella nos pone en esa situación.”

 

Mi alma se revolvió y quise huir… pero me alejé sigilosamente de regreso a la mesa. En un minuto más él venía de regreso; me halló sentada y le sonreí y me lancé al ruedo enseguida.

--Entonces el ángel eres tú. ¿Verdad?

Mi pregunta lo tomó por sorpresa.

--¿Qué? ¿No es así el guion?, proseguí. 

--Bueno, si lo dices por mi nombre, Ángelo. Puede ser…

Las copas de vino blanco ya estaban servidas, como esperaba.  Él tomó la suya, pero yo no tomé la mía.

Empecé a llorar. Y él se extrañó aún más.

--Entonces, Ángelo, ¿A qué te dedicas? (dije con ironía) Creo que ya lo sé: Te dedicas a que otras personas recuperen sus vidas. Enjugué mis lágrimas con la servilleta.  Eres siquiatra, mi siquiatra ¿verdad?

“Ángelo” asintió con la cabeza.

-- ¿Desde cuándo estoy aquí? Dígame doctor Ángelo si así se llama,

Ángelo, controló todos su lenguaje no verbal, y muy calmado, sin gestos afectados, me respondió asertivamente:  

---Hace 5 meses que estás aquí.  Cuatro veces antes, de mañana, el mismo día de cada mes, has llegado al borde del abismo. Dices no saber a dónde vas, pero las dos primeras veces, cuando llegaste al borde amenazaste con lanzarte. Has burlado la vigilancia y por eso has logrado alejarte, pero te han alcanzado y rescatado. Las dos últimas veces, yo te he interceptado, hemos hecho el trayecto juntos y regresado.  Hoy ha sido la quinta vez.

--- Y ¿Por qué la cita…  por qué sabes lo que quiero, por qué sabes qué sigue?

--- ¡Tranquila! Tranquila. Dame tus manos, anda, como esta mañana.

Rechacé su solicitud y apreté mis manos contra la servilleta.

---No… no estoy loca ¿verdad?

---No, solo haces una crisis puntuales cada mes. Pero mira, hoy, ya estás mejor!. Me has identificado. ¡Es un gran progreso! ¡Vamos bien!

---Quiero saber por qué es la cita. ¿Por qué sabes lo que quiero, porque vino blanco y no tinto…?

---Si me das tus manos y te siento calmada, relajada, y lista, prometo decirte.  ¿Está bien?

--Sí, de acuerdo— respondí, extendiendo mis manos sobre la mesa.

Con sus manos entre las mías, mi mente se conectó con la dolorosa lucidez de una noche de otoño, me vi esperando a mi prometido en un restaurant italiano, cuando había me había servido antes que él llegara, anticipando compartir con él el plato. El mesero me puso delante una botella de vino blanco, y dijo que él la había pedido por teléfono minutos antes. Pero él no llegó… a pocos metros de su destino, una res se atravesó en la vía, le hizo perder el control y su auto de salió del camino por un intrincado desfiladero. Nunca me dejaron ver su cuerpo...


Regresé a la realidad y lloré desconsoladamente por un rato. 

--Ángelo, una pregunta más ¿Qué tiene mi copa de vino? ¿Un sedante? 

--No te lo tomes, vas a estar bien. Me respondió--- has progresado mucho hoy. 

Cambié radicalmente de semblante. Una nube gris pareció alejarse de mi cabeza, y respiré con facilidad.

--Si, cierto, voy a estar bien-- sonreí, y ya me sentía lúcida-- La próxima vez, si vuelve a ocurrir lo de hoy, me detendré antes de que me interceptes en el camino. Te aseguro, que me voy a devolver, porque, conocerte o dejar de hacerlo, es irrelevante.

--Irrelevante ¿Por qué?

--Porque eres casado. 

Y disfruté de su risa por última vez esa noche. Mi doctor se llama Ángelo Benítez, hizo especialidad en psiquiatría, la que ha practicado por 10 años.  El resort en la sierra no es más que un hospital siquiátrico, y mi restaurant de ensueño es un viejo comedor con platos y cubiertos plásticos. Todo va perdiendo el brillo y esplendor de un lugar encantado, pero eso es irrelevante con tal que mi cabeza supere el trauma y recupere mi vida.

 

Georgina Thompson

Marzo 11, 2013.

1 comentario:

  1. Es una Historia interesante que te hace cuestionarte y pensar que estas haciendo en la Vida, estas siendo agradecido con lo que tienes, lo disfrutas o te pasas el tiempo anhelando lo que el otro tiene, realmente estas consciente de lo Bendecido que eres.
    Gracias, me hizo encontrarme con mi realidad y ver que soy una mujer muy Bendecida.

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