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Ciudad Colonial de Santo Domingo. Foto: Georgina Thompson |
Desde
lejanas tierras empezaron a llegar reportes sobre el surgimiento de un nuevo y
letal virus. Este fenómeno empezó a invadir
la ciudad cobrando vidas, propagándose vertiginosamente y desbordando la
capacidad de respuesta del sistema sanitario. Las conjeturas, especulaciones y
leyendas urbanas comenzaron a entretejerse desde el principio, como una oleada
turbulenta. Las imágenes de la construcción de un hospital en Wuhan en cuestión
de una semana, nos hacía cuestionarnos ¿Qué tan grave es esta nueva enfermedad?
Y
luego, las medidas para frenar el avance casi exponencial de la plaga, que
gradualmente se fueron implementando a medida que cada país se preparaba para
la inminente llegada del virus. Y comenzaron las estadísticas, las patéticas
estadísticas que nos espantaron, Italia, Nueva York… Ecuador, Brasil...
COVID
19 ha paralizado el mundo, ha generado muerte, duelo, temor. Ha confinado a
muchos a un ostracismo de supervivencia. Ha cerrado los templos, las escuelas,
los centros comerciales y los estadios deportivos. Ha Paralizado los puertos y
aeropuertos. Ha quebrado empresas y generado desempleo.
Entre
tanto, los líderes del mundo se enfrascan en sus posiciones políticas generando
más polarización. Se entremezclan los macabros intereses de la política y del
mercado con la necesidad de proveer tratamientos y hallar una vacuna para la
enfermedad. ¿Cuál es la prioridad?
La
controversia médica de qué funciona para prevenir y tratar, qué si usar
mascarilla, que si los guantes, que si el distanciamiento, que si la
Hidroxiclororquina ayuda o te mata más rápido… La OMS (WHO por sus siglas en
inglés) ¿Merece credibilidad?
Mientras
tanto, se prolongan los dramas de la familia. Los deudos entierran a sus
muertos en soledad. Los prometidos cancelan, posponen o adaptan las ceremonias
de bodas. Los chicos en casa intentan
mantenerse a flote con sus deberes escolares, si acaso les es posible continuar
con algo de su programa educativo interrumpido.
El
que tiene medios hace más llevadera la cuarentena en la comodidad de su hogar.
El pobre que vive hacinado viola normas de toque de queda en su necesidad de
respirar fuera de su breve espacio saturado de bocas hambrientas de pequeños de
todas las edades, que tampoco soportan pasarse días y días encerrados.
Salir
a la calle, para algunos, llegó a parecer una escena apocalíptica de
catástrofe. Nadie alrededor, silencio y
coerción de las autoridades a los pocos que osan moverse a horas no permitidas.
La coerción depende, según sea el infractor, la estrella de TV o el hijo de algún potentado se burla en su
cara de los oficiales en servicio, pero el desvalido mendigo es golpeado, esposado
y subido a un vehículo ya repleto de otros sujetos, donde el remedio es peor
que la enfermedad si estamos procurando librar a la mayoría de la población del
riesgo de contagio.
En el otro lado, las almas libres que desestiman
los riesgos, que quieren recuperar su libertad y que desafían normas que
entienden violan sus derechos, aunque tales normas en su momento procuren
favorecer el bien común. Las manifestaciones de fe se entremezclan entre lo
sagrado y lo profano, entre la ingenuidad y la superstición.
Y
están las fuerzas oscuras del crimen, que no descansa y se reinventa. Más
fraude electrónico, atraco al alma solitaria que por alguna razón de fuerza
mayor se expone a salir… el vicioso empedernido que necesita jugar, beber,
drogarse, ir a un motel a continuar su vida extramarital… y la lista sigue.
Alguien
dijo que cuando esto pase no seremos los mismos, que esto nos obliga a repensar
la vida. Tengo mis dudas. La memoria
humana es cada vez más breve, y me cruza por la mente la trillada frase: “La
vida sigue su agitado curso”.