Estando en una librería cristiana, tuve la oportunidad de apreciar la gran bibliografía disponible para auxiliar a todo creyente y especialmente a los responsables de enseñar y predicar la Palabra de Dios. Sin embargo, este lugar no es tan “transitado” como uno esperaría. Comentando esto con la encargada, me dijo que había más de un factor que explicaba la pobre demanda de literatura cristiana, y que en nuestro contexto el más fuerte podría ser la poca cultura de leer. “Si ni siquiera leemos la Biblia, mucho menos invertiremos en otros libros relativos a ella.”
Existe hoy el temor (y para otros la realidad) de que muchas iglesias están sufriendo de hambre espiritualmente porque sus púlpitos no están alimentando del pan divino a sus miembros. Y si además no nos estamos alimentando diaria y apropiadamente de la Biblia, vamos en camino de morir de desnutrición espiritual. Tenemos hoy más “ayuno de Biblia” que de comida.
Job dijo: “Del mandamiento de sus labios nunca me separaré; guardé las palabras de su boca más que mi comida”. (Job 23:12). Cuando tuvo que elegir entre comer el pan físico o el pan espiritual, Job optó por la palabra de Dios. ¡Y cómo le ayudó que la Palabra fuera tan importante para su vida!
¡No hay atajos! No hay sustitutos, ni hay suplementos que compensen la falta de la Palabra de Dios en nuestra vida diaria, los resultados serán vidas frágiles, raquíticas, vulnerables a toda mala influencia y escaso fundamento que la sostenga.
Decidamos hoy someternos a una dieta rica en lectura de la Palabra de Dios, varias veces al día, y por ella seremos vivificados.
Nada hay más nutritivo para el alma que la palabra de Dios.
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