Todos hemos tenido en algún momento de nuestras vidas una ilusión. Quizá se nos derrumbó, quizá no se cumplió, o posiblemente aun la abrigamos. En ambas posibilidades las ilusiones afectan nuestras emociones: Tristeza, frustración o depresión si no la alcanzamos. Felicidad y satisfacción si se hacen realidad, o quizá solo expectación, esperanza de que algún día se llegue a concretar. Cuando has perdido la ilusión por causa de heridas del pasado, crees que no podrás soñar otra vez, crees que no pueden volver a florecer esos deseos en el corazón.
La Biblia cuenta la historia de José, un jovencito cuyos sueños e ilusiones se fueron desmoronando uno a uno. Vendido por sus hermanos, esclavizado en un país extraño, encarcelado injustamente. Por mucho tiempo sus sueños se tornaron en una real pesadilla. Pero, aunque tuvieron que pasar muchos años, el final de su historia fue luminoso. José llegó a ser, después de una accidentada sucesión de eventos, el segundo en el reino de Egipto y su posición les garantizó la supervivencia a toda su familia y su pueblo en esa época. La diferencia: Dios estaba con él. (Lo dice Hechos 9: 7-14).
Y Dios también está con nosotros hoy. Tu historia no tiene que acabar en derrota. Dios es capaz de tornar todas tus desilusiones, lágrimas, decepciones y lamentos en esperanza, consuelo, ánimo y canción.
Jesús sana tus heridas del pasado; con su sacrificio en la cruz, llevó en su cuerpo sobre el madero todo sufrimiento, toda adversidad y todos nuestros malos recuerdos. El hace todo nuevo hoy para quienes le entregan su vida. Dice el Señor: El que está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí, todas son hechas nuevas.
Renueva tus ilusiones: Dios está contigo