Por Telésforo Isaac
Obispo emérito Iglesia Episcopal/Anglicana
En la versión griega de la Santa Biblia, conocida como Septuaginta o LXX, así
como la Vulgata o Latina, ambas tienen una nota
que dice así: “Y sucedió que cuando Israel fue llevado al cautiverio
(año 587, a.C.) y Jerusalén quedó devastada, el profeta Jeremías se sentó a
llorar y entonó lamentaciones por Jerusalén”. En los dos casos, el libro de las
Lamentaciones aparece después del libro de Jeremías, aunque no fue de la
autoría del profeta; pero sí se puede decir que describen de manera concreta, lo que él sintió al ver la calamidad de la devastación del pueblo hebreo por el exilio forzado a
Babilonia, de la capa social más prominente de la nación. Las ediciones de la
Sociedad Bíblica han continuado la tradición, y el libro de Lamentaciones sigue
a Jeremías.
Aquí en la República Dominicana se oyen continuas y
tristes lamentaciones de individuos y grupos.
Esto sucede a todos los niveles y
condiciones sociales. Los clamores que se oyen se deben a disímiles factores.
No es por el exilio como el caso de los
israelitas llevados a Babilonia; más bien, es por la ausencia de los valores
ético-morales; los señalamientos de corrupción e impunidad, las distorsiones de
la justicia, el endurecimiento de corazones, la insensibilidad de conciencias
críticas, la violencia familiar, la inseguridad social, y las innumerables
fallas y males que inciden y azotan sin misericordia a la sociedad.
Las lamentaciones en la sociedad dominicana, se hacen
en el seno de la familia, en los grupos comunitarios, y por selectos medios de comunicación; pero los gemidos de
angustia y quebrantamiento de corazones, se sofocan debido a las intrigas, las ambiciones irracionales de
políticos apasionados, el carácter de empresarios codiciosos, la aridez espiritual de dirigentes
religiosos, y por la inercia, el silencio y la pasividad de los más indefensos del pueblo.
Las
lamentaciones atribuidas a Jeremías, fueron cinco:
Primero: el abandono de
Jerusalén por la devastación. En el caso nuestro, es por la falta de equidad
socio-económico, la carencia y el justo
disfrute de los bienes y servicios del conglomerado.
Segundo: el profeta
concibió que la ciudad fuera como una inmensa llaga adolorida, sin pronta
esperanza de curación.
Tercero: la ciudad se ha trasformado en desgracia, a
falta de fortaleza de fe, y la penuria
de la justicia.
Cuarto: la gran ciudad de Jerusalén es una piedra preciosa, sin pulir. Santo Domingo es una
metrópolis; más, en estado caótico y
faltante de seguridad social; y
Quinto: el pueblo llora, se lamenta por su
condición imperante; pero, tal como el profeta Jeremías, el pueblo se lamenta; reconoce su estado de privación y los vaivenes
políticos; más, “la esperanza de
renovación y desarrollo continuado, se mantienen constantes y firmes, igual que
el ancla mantiene firme al barco”. (Hebreos 6: 19).
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