A más de uno le ha resultado incómodo escuchar la voz
divina invitándole a emprender una aventura arriesgada y temeraria. Abraham,
viviendo en una ciudad pujante y prometedora, rodeado del afecto y cercanía de
sus seres queridos, es perturbado en su comodidad, por un llamado de Dios a
dejar su casa y sus parientes para iniciar un viaje a lo desconocido.
Pero sin
vacilar, el hombre obedece y empieza su expedición hacia la tierra prometida.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? Con todas las preguntas pendientes de responder
“quemó las naves” y salió.
Sí, para los que han abrazado la fe, esta nueva
fase de sus vidas puede implicar cambios y retos muy trascendentes. Pero se
trata sin duda, de aceptar entrar en una relación de compromiso con el Dios de
los cielos. ¡Locura! Es la impresión que muchos tienen de decisiones así.
Pero, una y otra vez, en la
historia de Abraham, vemos a Dios mostrando su propósito. Si bien no estamos
listos de inicio para recibir toda la información y todos los detalles del
rumbo que Dios tiene previsto darle a nuestras vidas, no es menos cierto que
sus promesas y las señales con las que suele acompañarlas, nos garantizan que
nuestros pies nunca pisarán en falso. Aun lo que vemos imposible, ¡Dios lo hace!
Él siempre es fiel.
Por la fe, elemento que hace la
diferencia en la historia de mucha gente, podemos avanzar con sentido de
dirección, con propósito y significado
en la vida.
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