En la vía de acceso
a una plaza de la ciudad, un conductor mantenía su vehículo detenido, como
esperando por alguien impidiendo la circulación. Yo caí justo detrás de él y mi primera acción fue esperar a que aquel
chofer notara por si mismo que obstruía el tránsito y se moviera. No lo hizo. Entonces
le toqué bocina, pero no hizo caso. En eso, siento un fuerte impacto a mi auto y es que, otro conductor justo detrás de mí,
en un destartalado vehículo de transporte público, decidió mostrar su impaciencia embistiéndome. Lo
vi reírse de su acción por el retrovisor. Me bajo de mi auto, y me aproximo a
preguntar por qué me hizo eso, si es que no ve que el carro de adelante no quiere o no puede moverse. Me dijo que chocara yo al otro a ver
si se movía.
Mi hermano, que me acompañaba
en ese momento, también bajó del auto y se fue a reclamar al de delante que se
moviera, apenas vi que el chofer de delante se bajó del auto con actitud
agresiva, tuve que insistirle a voces a mi hermano que regresara al auto, para
evitar que aquello se convirtiera en una riña, que podría terminar muy, muy
mal. No apareció seguridad de la plaza en ningún momento.
Logré que mi
hermano regresara al auto, y le rogué que se calmara, que aquellos señores podrían
estar ebrios, drogados y/o armados.
Allí, en medio de dos bestias al volante, saboreamos el trago amargo de
la indignación y el agravio sufrido, hasta que el chofer delante, que llevaba
una mujer y unos niños consigo, finalmente circuló.
Me considero un
alma de Dios que llega hasta el colmo de la decencia, pero en mi humano corazón agraviado, por horas estuve
pensando hasta en pronunciar maldición sobre esos señores. Pero la Palabra de
Dios, viva y eficaz me recordó la escena en que los discípulos solicitaron
permiso a Jesús para pedir que descendiera fuego del cielo y consumiera a una
ciudad hostil al evangelio. Jesús les responde diciéndoles “Ustedes saben de qué
espíritu son”. Y me dije: Georgina, ¿De
qué espíritu eres? (El fruto del Espíritu
es amor, gozo, paz, bondad, benignidad, fe, mansedumbre y templanza). Lloré
pidiendo al Señor nunca olvidar de qué espíritu soy y nunca olvidar que estoy aquí
para opacar las tinieblas con su luz. Prediqué hace poco sobre la mujer
radiante que resplandece en medio de una generación torcida y perversa y entendí
que en circunstancias como esta es que nuestras enseñanzas deben ser aplicadas.
Pero… aun así,
necesitamos hacer algo con el tema del tránsito…
GENERACION PERDIDA
Un oyente llamó a
un programa de radio en el que se hablaba de cómo enfrentar el complicado
problema del tránsito en República Dominicana. En su opinión expresó tener muy
poca esperanza de que haya una solución a corto plazo y que apenas se podría
empezar a trabajar con la próxima generación porque la nuestra está “PERDIDA”.
El calificativo de
“generación perdida” me sonó pesimista, pero también realista, y pensé que el
tránsito es solo un síntoma de muchos otros males en los que parece que hemos
perdido la batalla. ¿Será cierto que no
somos capaces, una vez adultos y mal habituados a actuar de forma impropia, de
reeducarnos para mejorar nuestra calidad de vida, ser mejores ciudadanos,
mejores cónyuges y padres, mejores empleados, en resumidas cuentas, mejores
personas?
Entiendo el sentir
de quienes consideran que todo está perdido, pero me resisto a aceptarlo.
Aunque a veces la frustración me invada, prefiero insistir en que intentemos
ganar terreno en pos de crear conciencia
por todos los medios posibles, en las distintas causas que hace falta
defender, proclamar, enseñar y preservar.