La justicia como concepto ha sido objeto de
reflexión filosófica, legal, y teológica así como motivo de
debate a través de la historia en todo el mundo conocido. La justicia ha sido catalogada como una virtud
humana, y se ha definido como el arte de
hacer lo justo, y de «dar a cada uno lo suyo.”
La ausencia de justicia, o la aplicación viciada
de ella ha generado y sigue generando acciones y movilizaciones, individuales y
masivas en demanda de ella. Se exige el castigo correspondiente por la infracción
cometida, indemnización al agraviado, exoneración de culpa al no culpable,
respeto de derechos adquiridos, reivindicaciones esperadas por sectores afectados por factores
adversos… todo ello forma parte de un intrincando sistema que se espera funcione.
No se trata solo de un valor de carácter universal.
La fe cristiana es abanderada de la
justicia. Dios nos ordena, tanto a las naciones como a las personas, que seamos
justos. Uno de sus atributos personales es la justicia.
“Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide el Señor de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. Miqueas
6:8.
En el Antiguo Testamento de la Biblia
hallamos información muy clara sobre el
Sistema Legal diseñado por Dios, que aseguraba aplicar la justicia adecuadamente. Primero, la selección
de los jueces, descritos como personas honorables, dignas, temerosas de Dios, no
sobornables y que despreciaran la falta de honradez. A estos se les requería ser
equitativos, desprovistos de favoritismos o discriminación:
“ No torcerás la justicia; no
harás acepción de personas, ni tomarás soborno, porque el soborno ciega los
ojos del sabio y pervierte las palabras del justo. 20 La justicia, y sólo la justicia buscarás, para que vivas y poseas la
tierra que el Señor tu Dios te da”. Deuteronomio 16:18-20
A veces
escuchamos el grito impotente de personas que observan un sistema corrompido
por el poder político, el poder del dinero (limpio o mal habido), o por las
amenazas que a su integridad física o familiar pueda exponerse el administrador
de justicia. Pero otras veces escuchamos personas afirmar “Yo confío
en la justicia de mi país”, esperanzados de que su causa será manejada con
equidad, haciendo valer el derecho por encima de toda artimaña y toda
estrategia ilegitima que pueda viciar un proceso o cambiar una sentencia.
Mientras
navegamos entre ambas realidades, mantenemos la ilusión de que la verdad, la
honestidad y el derecho de cada uno llegue a ser respetado y defendido
dignamente. Hoy aspiramos a que los principios bíblicos de la justicia sean los
que regulen a quienes tienen la
autoridad de administrarla en nuestras cortes o tribunales, y que puedan
hacerlo con probidad, firmeza e independencia.
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