Un Popular humorista dominicano, en uno de sus personajes caracteriza a un
guardia de seguridad que pasa sus horas de servicio acostado en el sofá de la casa que cuida y
para colmo usa su escopeta de reglamento como almohada.
Esta estampa , aunque se trata de una comedia, satiriza
perfectamente una realidad muy típica de
mi país: el personal de seguridad tiene
fama de dormirse, o al menos dormitar
(porque muchas veces hacen rondas de 24 horas si no llega su relevo, o salen de
12 horas de servicio en un lugar, a hacer lo mismo en otro sitio). También es muy frecuente que se distraigan de
su función esencial (estar alertas y vigilantes para prevenir riesgos y
amenazas al lugar y las personas que dan servicio).
Algunas empresas
de seguridad contratan personas inexpertas y le proveen muy poco entrenamiento,
por lo que nunca se sabe qué puede pasar en una situación de riesgo. También,
dichas compañías suelen contratar
personal ya jubilado que han sido
policías o soldados, personas envejecientes que por su situación económica
tienen que seguir trabajando para sustentarse.
La paga es poca y las condiciones para trabajar, muchas veces están
plagadas de carencias.
Por eso, a pesar
de contar con estos servicios,
hay personas y empresas que han sufrido
daños de robos y atracos, en los que poco o nada ha servido la seguridad
vulnerable o negligente de un vigilante.
Pensando en esto, reflexiono que, en un mundo cada vez
más inseguro, rodeados de amenazas de malhechores, hay una vigilancia superior,
una protección de mayor nivel a la que podemos apelar: Dios nos ofrece su
cuidado y protección, nos quiere servir de guardador.
En los salmos, dos citas me hacen meditar sobre ello:
Salmo 127: 1 “ …Si el SEÑOR no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes”.
Implica que por más responsable, diligente y alerta que estén los guardianes,
no hay garantía de total seguridad. Se requiere ampararnos en el cuidado
provisto por Dios.
Y en el reconfortante salmo 91, el verso 4 dice “He aquí,
no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel”. Y me reconecto con la
figura del guardián dormido. Podemos confiar que Dios si está alerta y vigilante, sin ni siquiera cabecear por
sueño. ¡Esa es la seguridad con la que me gusta contar!
En resumidas cuentas, nuestra tranquilidad y seguridad
dependen de disfrutar de la protección de Dios sobre nuestras vidas. Cada día y
en cada circunstancia clamo, “¡Dios, Cuídame! Cuida a mi familia, cuida a los
que amo!” y confío que así sucede.
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