¿Recuerda
la historia del rey Midas? Este rico rey nunca estuvo satisfecho con todo
lo que poseía. Esa avaricia lo llevó a pedirle a Dionisio, quien, según
la leyenda, le concedió el deseo de que todo lo que tocase se convirtiera en
oro. El Rey Midas estuvo muy contento con esto pues vio realizado
su deseo y cada cosa que tocó se convirtió en oro. El problema vino
cuando intentó comer, pues todo a su toque era oro. Fue entonces cuando
aquel deseo, que parecía tan excelente, se convirtió en una maldición.
Esta historia
nos nuestra cuán dañina puede ser la ambición. El diccionario define
ambición como: “Pasión por conseguir poder, dignidades, fama, etc
La pasión por
las riquezas nos puede acarrear más de un problema. La Biblia dice:
“Porque el amor al dinero es raíz de toda clase de males”. (1 Ti.
6:10) No es que vivamos sin aspiraciones sino que no seamos presa de la
ambición. Esta tiene el potencial de cegarnos y no darnos cuenta que en el
esfuerzo desenfrenado por enriquecernos, podemos perder lo poco que
tenemos. En nuestro esfuerzo con conseguir dinero para darles una mejor
educación a los hijos, perdemos los hijos. En nuestro afán por
tener dinero y poder pagar un buen seguro médico, perdemos la salud. Y en
nuestra lucha por adquirir una casa perdemos el hogar. Jesús nos enseñó que no
podemos amarlo a Él y a las riquezas, entonces, démosle todo el corazón y él
nos dará su reino y suplirá todas nuestras necesidades.
La seducción de lo material nos distrae de las verdaderas riquezas.
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