“Sin liderazgo sabio, la nación se hunde”. --Proverbios 11:14
La sociedad postmoderna padece una crisis de liderazgo.
Han ido quedando atrás en la historia los referentes que movilizaban multitudes
y derrochaban virtudes. En contraste, hoy tenemos muchos liderazgos construidos
por ingenieros de imagen, quienes diseñan perfiles a la medida de
objetivos e intereses de individuos y sectores particulares.
Los líderes exitosos deben ser personalmente
creíbles. Ser convincente es una
habilidad que se puede reforzar intencionalmente con estrategias ya probadas,
pero no es menos cierto que ese efecto sobre los demás no se puede
sostener si lo que se construye es una
simple fachada. La credibilidad se
fortalece y mantiene con el hecho de que el líder sea genuino, haga compromisos públicos y
rinda cuenta de ellos, lo que equivale a cumplir promesas.
Se es un líder
creíble también cuando se demuestra capacidad. En condiciones normales,
se espera que el líder supere a sus discípulos en conocimiento y experiencia.
La capacidad también hay que construirla, en base a disciplinas personales,
haciendo del aprendizaje y el desarrollo una
práctica de por vida.
La lista de
ejemplos que hallamos en la biblia cuando de liderazgo se trata, es una fuente
infalible de análisis para comprobar que, cuando se conjuga credibilidad y capacidad,
estaremos frente a individuos aptos para influir favorablemente sobre la vida,
destino y bienestar de muchas personas.
Si graficamos este planteamiento, la curva de una
credibilidad construida con maquillaje y luces, irá descendiendo en la medida
que se disipa la burbuja y la aureola del personaje se desvanece. En cambio, la
curva de credibilidad de un líder genuino se eleva en la medida en que se
validan sus discursos con su carácter y sus acciones.