"Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado,escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse... - Benjamin Franklin


domingo, 8 de octubre de 2017

LA CULPA ES DE LA ROPA


Salí aquella tarde de sábado del salón, hambrienta y acalorada. Iba   con el cabello envuelto con redecilla (“tubi”, le llamamos en Dominicana), y usaba una ropa deportiva,  ese ajuar que aunque un poco desgastado es tu favorito y lo usas por comodidad cuando el glamour no es un requisito para el día. No llevaba maquillaje ni joyas.
 Sucumbí a entrar al “Drive Thru” de un negocio de comida rápida, que, con su banner publicitario me preguntaba ¿Hambre?, mi estomago respondió afirmativamente con un gruñido de alto volumen. Al recibir la comida y salir de nuevo a la avenida, iba comiendo las papitas cuando alcanzo a ver esas estancias hermosas con sillitas y jardines, que invitan a sentarse y relajarse. Doblé hacia allí y estacione el auto bajo la sombra de un flamboyán que aún conserva algunas de sus espectaculares flores rojas.  Y con mi fundita de almuerzo y mi refresco me acomodé en aquella mesita de ensueño como el nómada que en un desierto llega al oasis. 
Unos minutos después me alcanzó a ver un señor delgado, negro, de edad madura, que enseguida reconocí. Se acercaba con cierto estilo adusto,  que cambió inmediatamente vio mi sonrisa y que pronuncié su nombre. Me sonrió también, le expliqué  porque estaba allí  y me dijo con tímidez y respeto:
--¿Óigame, Sra. Thompson, de lejos no sabía que era usted? Desea que le traiga un café para acompañar su almuerzo?
--¡Wao, gracias!, si no es problema para usted, para mí sería estupendo.
--Bueno, vuelvo enseguida, dijo.
El caballero no había regresado, cuando entonces veo acercarse a una joven vestida de traje ejecutivo negro, con un radio de comunicación en la mano, acompañada de un “seguridad”, también se vienen acercando con un aire hostil… hasta que, a menos de un metro me adelanto y  le digo: “Hola Katherine!” 
La joven se detiene en seco y también parece sacudir la cabeza para enfocar mejor su vista.  Intentó hablar, pero con el titubeo como de tartamudez no logró articular una frase coherente. Su acompañante miró hacia otro lado, como no queriendo ser parte de aquel cuadro.
Ya que Katherine no pudo hablar, yo le dije que no se preocupara, que  justo estaba lista para irme, pero que don José, el jefe del equipo de camareros me había ofrecido un café, por cierto, ya venía acercándose con la bandeja.
--Disculpe señora Thompson, replicó la joven con timidez.
 Hacía apenas una semana, había yo realizado en aquel excelente y emblemático hotel de la ciudad de Santo Domingo, (como hago al menos  dos veces al año), un evento de la empresa, para el que contratamos entre 150 a 200 cubiertos  de almuerzo, desayunos, salones, refrigerios, habitaciones, si tenemos invitados del exterior, y otros servicios. Pero claro, aquellos mismos empleados del hotel, que obviamente su primera intención era echarme,  nunca me habían visto en esa facha. "La culpa es de la ropa" me dije para mis adentros.
 Debo agregar algo más para finalizar, antes de que usted reaccione con indignación, que aunque esto  puede pasarle a cualquiera en cualquier parte y no dudo que así sea. En justicia, aunque el hotel y  los personajes citados son reales, como es real el hecho de que contrato frecuentemente dicho lugar,  la narración corresponde a un vívido sueño que tuve anoche.

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