Salí
aquella tarde de sábado del salón, hambrienta y acalorada. Iba con el cabello envuelto con redecilla (“tubi”,
le llamamos en Dominicana), y usaba una ropa deportiva, ese ajuar que aunque un poco desgastado es tu
favorito y lo usas por comodidad cuando el glamour no es un requisito para el
día. No llevaba maquillaje ni joyas.
Sucumbí a entrar al “Drive Thru” de un
negocio de comida rápida, que, con su banner publicitario me preguntaba
¿Hambre?, mi estomago respondió afirmativamente con un gruñido de alto volumen.
Al recibir la comida y salir de nuevo a la avenida, iba comiendo las papitas
cuando alcanzo a ver esas estancias hermosas con sillitas y jardines, que
invitan a sentarse y relajarse. Doblé hacia allí y estacione el auto bajo la sombra de un flamboyán
que aún conserva algunas de sus espectaculares flores rojas. Y con mi fundita de almuerzo y mi refresco me
acomodé en aquella mesita de ensueño como el nómada que en un desierto llega al
oasis.
Unos minutos después me alcanzó a
ver un señor delgado, negro, de edad madura, que enseguida reconocí. Se
acercaba con cierto estilo adusto, que
cambió inmediatamente vio mi sonrisa y que pronuncié su nombre. Me sonrió también,
le expliqué porque estaba allí y me dijo con tímidez y respeto:
--¿Óigame,
Sra. Thompson, de lejos no sabía que era usted? Desea que le traiga un café para
acompañar su almuerzo?
--¡Wao,
gracias!, si no es problema para usted, para mí sería estupendo.
--Bueno,
vuelvo enseguida, dijo.
El
caballero no había regresado, cuando entonces veo acercarse a una joven vestida
de traje ejecutivo negro, con un radio de comunicación en la mano, acompañada
de un “seguridad”, también se vienen acercando con un aire hostil… hasta que, a menos de un metro me adelanto y le digo: “Hola Katherine!”
La joven se detiene en seco y también parece sacudir la cabeza para enfocar
mejor su vista. Intentó hablar, pero con el titubeo
como de tartamudez no logró articular una frase coherente. Su acompañante miró
hacia otro lado, como no queriendo ser parte de aquel cuadro.
Ya
que Katherine no pudo hablar, yo le dije que no se preocupara, que justo estaba lista para
irme, pero que don José, el jefe del equipo de camareros me había ofrecido un café,
por cierto, ya venía acercándose con la bandeja.
--Disculpe
señora Thompson, replicó la joven con timidez.
Hacía apenas una semana, había yo realizado en
aquel excelente y emblemático hotel de la ciudad de Santo Domingo, (como hago al
menos dos veces al año), un evento de la
empresa, para el que contratamos entre 150 a 200 cubiertos de almuerzo, desayunos, salones, refrigerios,
habitaciones, si tenemos invitados del exterior, y otros servicios. Pero claro,
aquellos mismos empleados del hotel, que obviamente su primera intención era
echarme, nunca me habían visto en esa facha. "La culpa es de la ropa" me dije para mis adentros.
Debo agregar algo más para finalizar, antes de que usted reaccione con indignación, que aunque
esto puede pasarle a cualquiera en cualquier parte y no dudo que así
sea. En justicia, aunque el hotel y los personajes citados son
reales, como es real el hecho de que contrato frecuentemente dicho lugar, la
narración corresponde a un vívido sueño que tuve anoche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sus comentarios son bienvenidos!