Y se admiraban de su doctrina;
porque les enseñaba como quien tiene autoridad. Marcos 1. 22
La
mayoría de los adultos que hemos tenido el privilegio de estudiar, podemos
mencionar personas que influyeron positivamente en nuestras vidas a la sombra
de las aulas. Podemos citar sus cualidades y las cosas que aprendimos de
ellos y prodigarles agradecimiento. Algunos maestros son tan insignes, que es
motivo de orgullo haber estudiado con ellos.
Jesús,
como maestro, fue un fenómeno de popularidad nunca antes visto. Causaba
admiración y asombro en los que prestaban atención a su sabiduría. Se
maravillaban y ocasionalmente cuestionaban cómo era posible, ya que Jesús se
había criado en Nazaret, un lugar que, en contexto equivaldría a un barrio
marginado y de bajo perfil en cualquiera de nuestras ciudades.
Jesús
solía enseñar los días de reposo en una sinagoga, (que era el lugar
donde los judíos se reunían para rendir culto). El evangelio resalta
que Jesús enseñaba como quien tiene autoridad. Si bien como Hijo de Dios
podríamos hablar de una atribución propia de su jerarquía, se trata de una
autoridad moral y espiritual reconocida por sus seguidores.
La
autoridad de Jesús deriva en poder, aun para acallar al maligno; porque,
cuando se está cumpliendo con el propósito de Dios, se presentará oposición, a
veces clara, desafiante y abierta. Para enfrentarla y
descalificarla, el maestro ha de contar con poder
de influencia y calidad moral.
Se espera
que, quienes ejercen la función de maestros, sea como profesión, vocación o
ministerio, sean capaces de modelar con sus vidas las enseñanzas que imparten,
dejando huellas significativas en sus alumnos o discípulos.
La autoridad que se gana, vale
más que la que se impone.
Georgina
Thompson, República Dominicana. (Tomado de Alimento Para el Alma, 10 de Agosto
2018)
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