Uno quiere hablar de esperanza, pero las circunstancias hay días que nos superan. Las tragedias nos invaden. Algunas se instalan y tenemos que lidiar y convivir con ellas. Otras nos sacuden como un repentino tornado que trastorna rápida e inesperadamente. Para todos los casos la resiliencia es la vía recomendada para salir fortalecidos y adoptar cambios que nos ayuden a ser mejores después.
Es atroz y desconcertante lo que sucedió a una
pequeña niña de la comunidad al inicio de esta semana. Abusada, asesinada y su
cuerpecito lanzado al fondo del mar por su verdugo. Este hecho, que sacude el
alma y levanta una generalizada
indignación, revive el inframundo del abuso en su más aberrante dimensión. Pone
en evidencia el potencial de hacer daño del que puede ser capaz un ser humano tras
la fachada del amigo, del vecino, del padrastro, del pariente, de la gente de
confianza. Hará que muchos se tornen paranoicos,
si cabe el término, en el cuidado y protección que se debe
prodigar a los pequeños, vulnerables hasta más no poder en este sentido.
Se
pide a gritos una respuesta inmediata y contundente de las autoridades. Sin
embargo, este grito puede ser una proyección de culpas propias. Las Protestas
caldeadas son una manifestación poco
civilizada a la consecuencia que pudo evitarse. Quizá entre la multitud de los
reclamantes se mezclen algunos otros abusadores,
negligentes, y testigos silentes que, como aquellos que pretendían apedrear a
la adultera en la historia del evangelio, tal vez solo procuran con su alboroto
acallar sus propias conciencias.
Protejamos
a los pequeños, por el amor de Dios, protejamos a los más pequeños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sus comentarios son bienvenidos!