La pobreza es un atentado contra la dignidad humana. Es el gran flagelo que ha sufrido el mundo desde el triste día en que el pecado se instaló en la creación. Los niveles de la pobreza van desde la carencia parcial de los elementos básicos para una subsistencia adecuada, hasta los más profundos grados de indigencia, inanición y miseria.
La pobreza implica un círculo de vulnerabilidad:
el pobre no se alimenta bien, por tanto su salud es precaria, y los servicios
de salud a los que accede son limitados, a veces inexistentes. La escolaridad
es baja, por tanto, también es bajo el acceso a empleo que requiera nivel
académico que a su vez permita ingresos más dignos.
El combate a la pobreza es la misión de
incontables organizaciones globales y locales. Algunas de estas fundaciones
están enfocadas en asistencialismo, otras en fomentar desarrollo, otras en
educar y financiar emprendimientos que eleven la calidad de vida de la gente.
La fe tiene un espacio significativo en superar
la pobreza. La iglesia como cuerpo de Cristo en esta tierra tiene una seria
responsabilidad en ser la mano de Dios para levantar del polvo al pobre. Jesús
se compadecía de la necesidad material del prójimo, tanto como de su condición
espiritual.
La pobreza se combate con trabajo diligente, administración sabia, honestidad, y valores como la generosidad y la solidaridad. Una actitud correcta nos ayudará a valorar lo más trascendente: las abundantes riquezas de la gracia de Dios superan toda posesión material que pudiera obtenerse en el mundo. Por eso hacer tesoros en el cielo siempre será más relevante.