El contraste es sorprendente. Un bebé reposa en un pesebre, nacido entre animales de granja, mientras es adorado por sus jóvenes padres nerviosos. En otro contexto un inocente injustamente condenado como criminal y golpeado hasta quedar irreconocible, cuelga desnudo en una cruz frente a una multitud burlona, con soldados insensibles jugando por su ropa.
En otro extremo, un poderoso Rey ocupa su trono. Pero no es un rey común, este Rey se hace llamar "Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y hace la guerra" (Apocalipsis 19:11). Sus acciones son descritas con un lenguaje simbólico poderoso: "pisará el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso" (Apocalipsis 19:15), y lleva un título inscrito en su manto y muslo: "Rey de reyes y Señor de señores" (Apocalipsis 19:16).
Este
Rey promete enjugar toda lágrima, poner fin al luto, al llanto, al dolor e
incluso a la muerte (Apocalipsis 21:4). ¿Qué otro rey podría realizar tal
proeza? Como predijeron las Escrituras, este Rey era el mismo hombre condenado
en la cruz y el bebé en el pesebre. El ángel Gabriel había anunciado a María:
"Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá
fin" (Lucas 1:33).
Este
Rey tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas, como proclamó el apóstol
Pablo: "Por tanto, si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Lo viejo
ha pasado; he aquí que ha llegado lo nuevo" (2 Corintios 5:17).
A
diferencia de otros monarcas, este Rey no excluye a nadie, pero tampoco se
impone a nadie.
Este
Rey vino a hacer nuevas todas las cosas y vino por todos.
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