"Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado,escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse... - Benjamin Franklin
sábado, 30 de marzo de 2013
JOYAS DE PAPEL: MARCO TRIDIMENSIONAL
JUNTO AL MAR
sábado, 16 de marzo de 2013
IRRELEVANTE
IRRELEVANTE
La
mañana estaba fresca y el cielo un poco gris. El resort entre sierras y
vegetación boscosa invitaba a reflexionar. Desayuné temprano y en vez de ver
las actividades de grupo, elegí dar un paseo, una caminata conmigo misma, de
esas en que piensas profundo y sin testigos, ríes y lloras si quieres, piensas
hasta que te duele.
Los senderos ya existían y apenas me fijé en
las señales que indicaban hacia dónde llevaban. Una sensación de seguridad y
tranquilidad me permitieron avanzar confiada, si prisa, sin destino.
Hasta que alcancé a ver a aquel hombre que, al parecer coincidiría conmigo unos
metros más adelante, él venía, desde un sendero perpendicular, e igual que yo,
lucia que estaba cavilando profundamente. En breves segundos hilvané una
secuencia de pensamientos, primero, su presencia en mi escena solitaria, cambió
el cuadro, interrumpió mi retiro. Luego, dije, solo nos cruzaremos y
diremos buen día, y luego, él seguirá su trayecto y yo recuperaré mi espacio,
después de todo, a lo mejor también yo a él le parezco una intrusa, que pronto
romperá la configuración de su ruta, con la electricidad que emana del sonido
“hola” o las ondas magnéticas de una sonrisa fugaz.
Pero
no, yo tenía dos opciones más: podía detenerme, como a mirar algo repentino que
desviara mi atención y evitar la intersección, o acelerar el paso y adelantarme
a llegar y pasar.
Entonces
me pregunté porque quería huir, qué me asustaba y sentencié, que era
irrelevante cruzarse con cualquier persona en cualquier momento y en cualquier
lugar.
Y
llegamos simultáneamente a la intersección, y él habló primero, y yo tragué en
seco con lo que oí, mientras él se tornaba en mi dirección. “Dios es
espléndido, no le pedí encontrar un ángel en este paseo” En mi sano juicio,
habría catalogado esa frase de cursi. Pero igual, arisca y predispuesta,
respondí con una ligera mueca, un gesto ambiguo entre la gratitud y la
indiferencia.
Él no
dijo nada más por algunos segundos, solo caminaba consigo mismo. Pero yo ya no
caminaba conmigo misma. Su presencia me invadía y quise pensar en cuánto
duraría ese sendero.
Decidí
hablar yo.
--¿Estás
en el retiro?
--Así
es--- respondió--- Supongo que tú también. Pero no me atraen las actividades ni
las excursiones, que son lindas, pero yo necesito algo distinto. Quiero,
pensar.
--Pensar,
la cosa más difícil del mundo-- dije.
--Cierto,
alguien dijo que eso era lo más difícil. --replicó el desconocido.
--“Emerson”
dijimos a un tiempo. También coincidimos en la sorpresa y la risa.
--¿Y
pensar es mucho más difícil cuando alguien te interrumpe, como yo acabo de
hacer, ¿verdad?
--Para
ser sincera, empecé a odiarte antes de llegar a la esquina, por intruso.
--Ja ja
ja ja! No creo que odies a nadie, si hasta en ese aforismo fulminante solo te
brota dulzura. Pero nada, en el próximo cruce te dejo, lamento haber arruinado
tu paseo. Y además hasta allá te propongo no decir una palabra más. ¿De
acuerdo?
--Sí,
de acuerdo.
Y
continuamos caminando, como en procesión. El silencio empezó a lastimarme.
Quería oírlo reír otra vez, quería saber su nombre, quería saber quién era y de
dónde. Pero hice un trato. No sé cuántos minutos pasaron, tres, cinco,
diez, no sé, pero ya no apareció ningún otro camino cruzado y el punto final
del sendero era la paradisiaca vista de un abismo. Estábamos en el límite de la
sierra, desde donde la inmensidad de una llanura se avistaba hacia
abajo.
--¡Wao!
¡Creo que hasta aquí llegó el trato! -- me dijo.
Volvió
a reír saciando la sed que ya había creado en mí. Y entonces sacó su celular y me
mostró algo. Ya en Google él tenía el mapa visualizado desde antes de salir. Él
sabía el destino, yo no.
--¿Quieres
descansar antes de regresar? Me preguntó.
--Tal
vez, pero si se tiene que ir, usted se puede ir.
--¿Usted
quién?,--Y miró alrededor antes de seguir--me hablaste de tú hasta que hicimos
el trato.
--Bueno,
como sea, el caso es que no tenemos que esperarnos el uno al otro.
--Seguro,
eh… (su gesto indicó que era hora de darle mi nombre., pero como no verbalizó
la pregunta, no respondí).
--Perdona,
soy Ángelo ¿Y tú?
Le di
mi nombre y entonces, dijo,
--Prefiero
que regresemos juntos, de verdad no quiero dejarte abandonada al pie del
abismo… por favor…
--De acuerdo,
voy a mirar un poco este paisaje y disfrutarlo un rato, solo eso.
Nos
sentamos sobre la hojarasca aun húmeda por el rocío, como a un metro uno del
otro, de frente a la inmensa vista panorámica que la naturaleza prodigiosa nos
regaló.
Por
una décima de segundo me atreví a quitar la vista del paisaje y de reojo
examinar al individuo al lado mío. Llevaba pantalones y camisa estilo
expedicionario, con sus respectivas botas. Su cabeza descubierta, exhibía una
semi calva que al parecer lo ubicaba en los cuarenta y tantos. Por otro
momento se alborotó mi mente con impulsos de preguntar quién era, y por qué
quería estar a mi lado, y cuidar de mí como a una desvalida. Después de
todo, yo elegí ese camino y aunque no sabía cómo acababa, podría devolverme sin
mayores consecuencias. Volvía en mí, y me convencía que era irrelevante saber
más de él.
Pero
ya no estaba tranquila queriendo pensar, más bien quería regresar ya mismo, y
salirme de esta situación incómoda que en vez de tranquilidad me causaba
estrés.
--Ángelo,
creo que podemos irnos.
--Seguro—dijo
a la vez que se paró como un resorte y me extendió su mano para ayudarme a
levantar.
--Tu
mano está helada-- me dijo--. La suya estaba tibia, deliciosamente tibia. Me
tomó la otra mano y las unió entre las suyas, frotándolas con suavidad.
No me miraba mientras lo hizo, como si aquello no fuera una caricia, como si
prefiriera no mirarme.
-- ¿Mejor
verdad? –preguntó
--Sí,
gracias, dije un poco turbada.
Empezamos
a retornar sin el pacto anterior. Con todo, íbamos en silencio hasta unos
minutos después, cuando él me dijo,
--No
solo tenías las manos heladas, estás sumamente tensa. El estrés puede matarlo a
uno ¿Sabes?
--Si,
supongo que sí. Pero estar aquí de vacaciones ya es una esperanza de salvación.
Me
regaló su risa otra vez.
En un
momento noté que nos acercábamos al punto del encuentro inicial y empecé a
anticipar qué diríamos al despedirnos. El tomó la iniciativa de hablar.
--Oye,
sé que mi sección está hacia la derecha, pero si no te molesta, me encantaría
llegar contigo hasta tu sitio, porque quiero asegurarme que estés sana y salva…
(¿De qué?, me preguntaba yo).
Iba a
responder que era innecesario, pero mis labios dijeron “Sí, de acuerdo”
otra vez… total era irrelevante si doblaba o seguía. En unos
minutos sería historia.
De pronto empezó a hablar otra vez:
--Apuesto
a que prefieres comida italiana y si no, mariscos… ambos igual, con vino tinto,
pero tal vez porque no has probado con vino blanco…
--Ángelo…
(Quise detenerlo)
--Por favor,
-- dijo suplicando sutilmente-- te esperaré en la última mesa en el restaurant
de buffet italiano, a las 7 de la noche. Por favor, no quiero cenar solo… soy
un tonto escogiendo del menú.
--Titubeé
otra vez, pero igual mis labios en vez negarse, respondieron, “Sí. De
acuerdo.”
Sin darme
ni cuenta ya estábamos en el umbral de mi puerta. Hice un gesto vago y nervioso
de adiós con las manos, sin más palabras. El Asintió con la cabeza y sin leve sonrisa
sin esbozar sus dientes. Se dio la vuelta y empezó a alejarse. Entré a la
habitación y lo seguí con la mirada hasta perderlo de vista. “Uff, tengo una cita las 7!” pensé un
poco turbada.
El
resto del día pareció interminable. De hecho, no salí de la habitación,
ensayando peinados, probando de mi escasa selección de vestidos, y eligiendo
mis diálogos. “No sé quién es, debo preguntarle a qué se dedica y dónde
vive, si es casado, si tiene hijos, qué hace aquí solo…”
Me
trajeron comida a la habitación, no recuerdo haberla pedido, pero eso dijeron,
que había ordenado una ensalada que apenas probé, pues quería tener hambre a la
noche. Minutos después de comer, un sueño invasor se adueñó de mí, y cedí al
impulso de tomar una siesta. Tal vez así no le pareceré tan tensa.
A las
6 pm estoy lista, pero estoy a cinco minutos del restaurant. Me senté a leer mi
libro de frases célebres; repasé otras frases de Emerson (¿Le gustarán
algunas otras frases de alguien más?). ¿Cómo sabe que prefiero comida italiana
y mariscos?, ¿Cómo sabe que prefiero el vino tinto y que ni si quiera intento probar
con el blanco? ¿Será que se cruzó a propósito conmigo? Bueno… ¡Qué
importa! Es irrelevante porque al restaurant irán muchos de mis
conocidos y de los conocidos de él también. Sabré quien es y será todo.
A las
6 y 50 minutos, no pude esperar más y caminé hacia el restaurant, sola, como en
la mañana, pero esta vez tenía tiempo y destino definidos. Subí los
escasos escalones y busqué con la mirada al expedicionario de la mañana. Lo
encontré, solo allá al fondo en la última mesa. Ahora vestía camisa blanca y
chaqueta azul, pantalones beige.
Ángelo
lucia tranquilo y nada impaciente. Se levantó y él mismo acomodó mi silla.
Quise extenderle la mano, pero ahora, además de fría, estaría temblorosa, así
que, me refugié agarrando el borde de mi bolso de mano. Miré el
resto de lugar, al parecer era temprano para cenar, porque había poca gente
allí. Miré otra vez buscando un ancla, alguien de mi grupo, pero no, nada de nada,
mi vista parecía borrosa y él hizo señas al mesero.
--Una
botella de vino blanco, la descorcharemos cuando la dama vaya por sus
bocadillos de entrada favoritos.
--Me
extrañó aquella ordenanza, pero me dijo: Las damas primero
--Sí,
de acuerdo.
Me
levanté de una silla que apenas había calentado, pensando que al parecer solo
vinimos a comer. ¡Qué poco estilo, ni siquiera un poco charla de sobremesa!
Tomé
un plato pequeño para escoger unas croquetas y unos canapés rellenos de queso y
salsa… ¡los mismos de siempre! ¡Aquí también los tienen! Entonces, me sentí un
poco egoísta de solo servir para mí. Cambié el plato… escogí el doble de todo,
¡compartiríamos la comida! ¿No será mucha intimidad para una primera vez? ¿Será
que Ángelo también prefiere la comida italiana y los mariscos?,
Volvía
de regreso a la mesa y no lo encontré. Lo alcancé a ver, solté el plato y
avancé hacia él, que no advirtió mi cercanía. Hablaba por el teléfono y
la curiosidad me guio a ocultarme para escuchar.
“Si,
mi amor, regreso este fin de semana, tan pronto vea a mis pacientes… de hecho,
ahora estoy con aquella joven que te dije… Si, cree que estamos en el
“restaurant” y que ha ido al servirse al buffet. Esta
mañana la he salvado yo mismo otra vez de lanzarse al abismo. No sé, he
sugerido que les pongan más verjas a los límites del centro, pero me dicen que
solo ella nos pone en esa situación.”
Mi
alma se revolvió y quise huir… pero me alejé sigilosamente de regreso a la mesa.
En un minuto más él venía de regreso; me halló sentada y le sonreí y me lancé
al ruedo enseguida.
--Entonces
el ángel eres tú. ¿Verdad?
Mi
pregunta lo tomó por sorpresa.
--¿Qué?
¿No es así el guion?, proseguí.
--Bueno,
si lo dices por mi nombre, Ángelo. Puede ser…
Las
copas de vino blanco ya estaban servidas, como esperaba. Él tomó la suya,
pero yo no tomé la mía.
Empecé
a llorar. Y él se extrañó aún más.
--Entonces,
Ángelo, ¿A qué te dedicas? (dije con ironía) Creo que ya lo sé: Te dedicas a
que otras personas recuperen sus vidas. Enjugué mis lágrimas con la servilleta.
Eres siquiatra, mi siquiatra ¿verdad?
“Ángelo”
asintió con la cabeza.
-- ¿Desde
cuándo estoy aquí? Dígame doctor Ángelo si así se llama,
Ángelo,
controló todos su lenguaje no verbal, y muy calmado, sin gestos afectados, me
respondió asertivamente:
---Hace
5 meses que estás aquí. Cuatro veces antes, de mañana, el mismo día de
cada mes, has llegado al borde del abismo. Dices no saber a dónde vas, pero las
dos primeras veces, cuando llegaste al borde amenazaste con lanzarte. Has
burlado la vigilancia y por eso has logrado alejarte, pero te han alcanzado y
rescatado. Las dos últimas veces, yo te he interceptado, hemos hecho el
trayecto juntos y regresado. Hoy ha sido la quinta vez.
--- Y
¿Por qué la cita… por qué sabes lo que quiero, por qué sabes qué sigue?
---
¡Tranquila! Tranquila. Dame tus manos, anda, como esta mañana.
Rechacé
su solicitud y apreté mis manos contra la servilleta.
---No…
no estoy loca ¿verdad?
---No,
solo haces una crisis puntuales cada mes. Pero mira, hoy, ya estás mejor!. Me
has identificado. ¡Es un gran progreso! ¡Vamos bien!
---Quiero
saber por qué es la cita. ¿Por qué sabes lo que quiero, porque vino blanco y no
tinto…?
---Si
me das tus manos y te siento calmada, relajada, y lista, prometo decirte.
¿Está bien?
--Sí,
de acuerdo— respondí, extendiendo mis manos sobre la mesa.
Con
sus manos entre las mías, mi mente se conectó con la dolorosa lucidez de una
noche de otoño, me vi esperando a mi prometido en un restaurant italiano,
cuando había me había servido antes que él llegara, anticipando compartir con
él el plato. El mesero me puso delante una botella de vino blanco, y dijo que
él la había pedido por teléfono minutos antes. Pero él no llegó… a pocos metros
de su destino, una res se atravesó en la vía, le hizo perder el control y su
auto de salió del camino por un intrincado desfiladero. Nunca me dejaron ver su
cuerpo...
Regresé a la realidad y lloré desconsoladamente por un rato.
--Ángelo,
una pregunta más ¿Qué tiene mi copa de vino? ¿Un sedante?
--No
te lo tomes, vas a estar bien. Me respondió--- has progresado mucho hoy.
Cambié
radicalmente de semblante. Una nube gris pareció alejarse de mi cabeza, y
respiré con facilidad.
--Si,
cierto, voy a estar bien-- sonreí, y ya me sentía lúcida-- La próxima vez, si
vuelve a ocurrir lo de hoy, me detendré antes de que me interceptes en el
camino. Te aseguro, que me voy a devolver, porque, conocerte o dejar de
hacerlo, es irrelevante.
--Irrelevante
¿Por qué?
--Porque
eres casado.
Y
disfruté de su risa por última vez esa noche. Mi doctor se llama Ángelo
Benítez, hizo especialidad en psiquiatría, la que ha practicado por 10
años. El resort en la sierra no es más que un hospital siquiátrico, y mi
restaurant de ensueño es un viejo comedor con platos y cubiertos plásticos.
Todo va perdiendo el brillo y esplendor de un lugar encantado, pero eso es
irrelevante con tal que mi cabeza supere el trauma y recupere mi vida.
Georgina
Thompson
Marzo
11, 2013.