Aeropuerto Charles
de Gaulle, aquí estoy. He arribado a la emblemática y soñada ciudad de Paris. Ahora,
a caminar en busca de inmigración y
aduanas en este inmenso aeropuerto, siguiendo a la mayoría como si todos
supieran hacia dónde ir. Algunos están más despistados que yo, pero al fin,
preguntando, hallamos las vías de traslados hasta el siguiente punto.
Nadie me espera, de modo que, o sigo las
instrucciones para tomar transporte público, o me doy el lujo de pagar un taxi.
Segunda opción, pues no soy tan aventurera y solo tengo la dirección de un hotel y un mapa
que marca dos puntos: la estación del subway en Gare del Est y, desde allí, para
llegar caminando, la señalización de la ubicación
del pequeño Soft Hotel.
La temperatura es muy fría para mí,
pero mi abrigo de alpaca me mantiene cuidada. Abordo un taxi y el chofer (François)
es muy conversador en perfecto inglés,
lo cual, me dio tranquilidad. Resulta que François había venido de vacaciones
una vez a Samaná, y dijo haber disfrutado mucho su visita a mi país.
En 35
minutos, estoy en la puerta del hotel. Una diminuta recepción y una estrechita área para restaurant con pequeñitas mesas, me empieza a dar la idea
de que nada allí será espacioso. Efectivamente, no solo el hotel sino cada
lugar que me tocó visitar en esos pocos días demostraron una cultura parisina
de reducción de tamaño.
Me esperaba
una agenda de trabajo muy intensa y no había seguridad de que hubiera algún anfitrión
disponible para ayudarnos a aprovechar la visita para conocer algo de la
ciudad. Así, que apenas solté la maleta en la habitación y decidí aprovechar
las horas que había ganado en el camino: salí a la aventura de llegar, como fuere,
hasta el único lugar que no estaba dispuesta a perderme de visitar: La torre Eiffel.
Encontré
una cómplice: Marianne, colega del proyecto que procedía de Filipinas, tan
desubicada como yo por primera vez en Paris, decidió acompañarme; compramos
tickets para el metro, nos subimos, preguntamos, bajamos, subimos, nos
devolvimos cuando nos pasamos, hasta que , al salir del subterráneo, empezamos
a caminar en círculos tratando de ubicar el monumento, por un momento, creímos habernos
equivocado, pero unos minutos más tarde, apareció ante nuestros ojos el objeto
de nuestra aventura y saltamos de alegría.
¡Ya! Llegué!
Lo sé, hay
mucho más que hacer en esta magnífica ciudad, pero yo, con llegar a la torre me sentí más que realizada, bajo el
cielo de Paris.