Llegamos donde Dolores, la casabera, y la ilusión que
traía conmigo de saborear casabe recién horneado se desvaneció cuando entré a
su patio rediseñado con desolación.
Tenía yo en el registro de mis memorias una visita anterior, 5 años antes,
cuando aquel patio tenía vida y color, olor a yuca, mucha dinámica actividad.
El Clan de madre y hermanas que por años han movilizado recursos,
construido sus casitas y mantenido a sus hijos, haciendo y vendiendo casabe, hoy no está en su
mejor momento. Dolores saca un par de sillas para nosotras sus visitantes, y
ella se sienta en el piso, sin fuerzas, desesperanzada. Acaba de regresar de la
calle, de vender yaniqueques, “porque hay que hacer algo en lo que aparece
yuca”. La sequia desesperante, ha dejado el guallo ocioso, y el horno apagado
por muchos días.
Una de mis compañeras de visita, nos deja y se va a la
casa de otra de las hermanas casaberas, regresa perpleja y nos cuenta que ha
tenido que orar y reprender pensamientos desesperados de aquella otra mujer.
Está llegando al límite de su resistencia y habla de matarse. Y nosotras, casi
impotentes, quisiéramos hallar algunas palabras para animarlas, y solo atinamos
a decir, “calma”, Volveremos, y las
ayudaremos a buscar alternativas para cuando sus negocios estén en bajas,
puedan tener otras fuentes de ingreso y que en lo inmediato oraremos, que
pronto llueva, y haya provisión de yuca, para que estas mujeres recuperen su
vida y sus esperanzas.
¡Por favor Señor de misericordia, envía tu lluvia
temprana y tardía!.
Gthompson,
Sept 05, 2015.
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