Mi familia fue una
vez damnificada. Los recuerdos hoy son vagos, pues era yo muy chica y ha pasado
mucho tiempo. Sin embargo, puedo con certeza describir que salí de mi hogar
junto a mis padres y hermanos esa madrugada, caminando con el agua hasta el nivel sobre mis
rodillas. Días antes, el Huracán David había azotado mi país y tras él la
tormenta tropical Federico provocó inundaciones de gran magnitud, con
cuantiosas pérdidas humanas y materiales. Nos contamos pues, entre los desplazados que por varias semanas esperaron en refugios a que las aguas descendieran hasta
secarse para poder regresar al hogar y enfrentar el drama de las pérdidas materiales.
La anécdota viene a
colación esta semana a causa de mi relectura de la historia de Noé, en la
Biblia. El libro de Dios describe la generación de los días de Noé como mala,
corrupta y violenta. Palabras que asimismo aplican a la sociedad contemporánea.
Un pasaje que pone en evidencia también la naturaleza de un Dios que es
persona, y por tanto experimenta emociones tales como tristeza y pesar al ver
la degradación del hombre que creó y al que ha dado incontables oportunidades
de enmendar su camino y ponerse a cuentas con el creador. La conclusión es poner límite a su paciencia
y a la dilatada edad de un hombre perverso.
Acorta los días de
vida al hombre, y decreta un diluvio universal que raería de la faz de la tierra a todo ser
viviente. Se daría la oportunidad a un hombre y una familia, de
sobrevivir a la catástrofe: Uno que sí
anduvo con Dios y le obedeció en el emprendimiento de construir un arca, un diseño práctico,
sencillo, pero que se constituyó en el único lugar seguro a la hora que las
fuentes de los abismos y las cataratas de los cielos desataron las aguas hasta
entonces tranquilamente contenidas. Todos los que estaban a bordo se salvaron y
nada ni nadie fuera del arca sobrevivió.
Un año después, al
salir del arca, se reinicia la adoración al Dios verdadero y un arco de colores
en el cielo anuncia, que aquel juicio de destrucción con agua fue único e
irrepetible. De modo que, aunque hoy día
aun experimentamos inundaciones que afectan personas y comunidades, después de
llover la vida resurge y con ella nuevas esperanzas.
Nos toca orar por las comunidades lastimadas por desastres naturales. Mostrar solidaridad es extender la mano a quien en su momento se torna vulnerable física y espiritualmente. Ahora es posible para todo aquel que cree, acceder al arca de salvación, que es obra de Cristo.
Nos toca orar por las comunidades lastimadas por desastres naturales. Mostrar solidaridad es extender la mano a quien en su momento se torna vulnerable física y espiritualmente. Ahora es posible para todo aquel que cree, acceder al arca de salvación, que es obra de Cristo.