Ya
lo dijo alguien en algún momento, que las crisis revelan los lados desconocidos
del carácter del ser humano. Y los que profesan la fe cristiana no están exentos
de esta hipótesis.
En
medio de la crisis que el Coronavirus ha desatado en el mundo, vemos como se
inundan las redes con mensajes de todo criterio: están quienes invitan a la
humillación ante Dios. Vemos aquellos que atan y echan al abismo al virus. Aquellos
que reivindican las profecías apocalípticas. Vemos aquellos que reclaman para sí la
declaración del salmo 91, que la plaga no tocará su morada y se abrazan al
salmo como a un amuleto.
Algunas
expresiones me han sonado hasta un poco egoístas, con decretos que me favorecen
aunque alrededor la plaga haga estragos. Y no dejo de preguntarme ¿Para mí el
vivir es Cristo? Si bien es lógico y legítimo
que oremos por nuestra propia seguridad, me pregunto si nos basta reclamar
nuestro bienestar personal y no el de todo un mundo que sucumbe a la
tragedia.
Si
para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia, si creo que Dios es soberano
y está en control de su universo, debo estar asimismo plenamente consciente de
que él tiene un propósito con esta situación, mucho más trascendente que mi
bienestar físico y temporal debajo del sol.
¡Fijemos nuestros ojos en el eterno y en sus propósitos eternos!. Entonces,
mis miedos y instinto de conservación se ponen en perspectiva, y mi
preocupación y cuidado se extiende horizontalmente hacia todos mis semejantes,
muchos de ellos carentes de la riqueza y abundancia de la gracia que Dios por
la fe me ha provisto.
“Porque este Dios es Dios nuestro
eternamente y para siempre;
El nos guiará aun más allá de la muerte”. Salmo 48.14
El nos guiará aun más allá de la muerte”. Salmo 48.14
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