Usé muchas veces el término “Sobrecalificado” para etiquetar personas que entrevisté en mi rol de gestora de talento humano. En estas notas, cito un par de casos para plantear un contraste, así como un par de prototipos para luego hacer algunos comentarios de aplicación.
I.
El CANDIDATO JUNIOR
El
joven llegó a su entrevista con semblante relajado y la actitud de quien tiene
alta confianza en sí mismo. Se acomodó un poco más de la cuenta en la silla,
reclinándose con las piernas extendidas y cruzadas hasta el punto que casi
lucía acostado sobre ella.
Luego
de unos minutos validando sus datos y nivel académico, entramos al aspecto
laboral. Pocos meses atrás había renunciado de un puesto de servicio al cliente
en una plaza comercial. Cuando le
pregunté por qué renunció, simplemente dijo que ese empleo no llenaba sus
expectativas. Quise saber sobre tales esperanzas. Su respuesta me sorprendió un
poco: “Yo soy un objetivo del mercado”, expresó sin humildad alguna. En
su mente, él entendía que era un perfil demandado y que, en vez de buscar
empleo, las empresas lo deberían buscar a él. Nada, (reitero, nada) en la escasa data de su
hoja de vida me parecía coherente con ese planteamiento. Supuse que me
equivoqué al concertar esa entrevista. Nuestra organización probablemente
tampoco llenaría las expectativas de este joven, a quien sumé a mi lista de los últimos billones de coca colas
del desierto, y me animé a reflexionar sobre la pertinencia de tener un balance
saludable de autoconfianza y sensatez.
II.
EL CANDIDATO SENIOR
El
licenciado llegó a la entrevista con mucho interés y entusiasmo por la
posición. En impecable traje y con radiante personalidad, me dijo sentir pasión
por causas como las que enuncia nuestra misión. Añadió que había estado en puestos
y organizaciones de mayor trayectoria y estructura que la nuestra, lo que garantizaba
que su desempeño no era algo de que preocuparse. Durante la entrevista, se había sincerizado
respecto a urgentes dificultades financieras que estaban presionándole hasta
manejar ciertos grados de ansiedad, ya que, al estar desempleado por varios
meses, las deudas empezaban a acumularse. Este dato me hizo pensar que estaba
ante la dinámica ganar/ganar. (El tiene las calificaciones suficientes, yo
le ofrezco un paquete competitivo que en
poco tiempo le apoyará a estabilizarse).
La magia terminó cuando hablamos
de las compensaciones del puesto. La persona
expresó aspiraciones de desproporcionadas para el contexto de
nuestra escala. No fue posible llegar a un acuerdo. Un cordial apretón manos concluyó otro
capítulo de esos en los cuales hay que
reflexionar sobre más de una variable. ¿Realmente esta persona está orientada a
la vocación? ¿Es la presión financiera un factor determinante para emplearse aún
por debajo de nuestras expectativas económicas?
Siempre habrá mucho que analizar en cuanto a la persona idónea para una posición. Pero encontré ejemplos de casos extraordinarios en los que estar sobrecalificado no fue motivo para inmovilizarse.
III.
CASOS ATIPICOS: PROTOTIPOS ESPECIALES
Filipenses
3 en la Biblia contiene el resumé de un destacado y brillante joven teólogo:
Pablo estudió en las mejores academias de su tiempo y a los pies de los más
prestigiosos maestros. Su amplia formación, equivalente a los incontables PHDs
de nuestros días, le permitió ser parte de una élite desde muy temprana edad.
Pero cuando se encontró con Jesús, consideró que había un camino más excelente,
y al convertirse en misionero, echó a la basura sus diplomas y certificados
académicos. Inició una travesía de servicio en la que, para sustentarte, se dedicó a confeccionar tiendas (casas de
campaña) con sus propias manos. Visto
desde la perspectiva social y humana, este hombre había descendido
significativamente en la escala laboral hacia los puestos más básicos de la
pirámide.
Pero
si un caso me deja perpleja es el de Jesús mismo: Pensar que él, siendo el hijo
de Dios, vino al mundo (lo que ya implicaba una actitud de
humillación) con una extraordinaria
misión (La salvación de la humanidad) pero antes, sirvió por años como carpintero en
un pequeño taller de un pueblito marginado.
En
resumidas cuentas, Pablo y nuestro Señor
Jesucristo pueden hablar sobre lo que es estar sobrecalificado para un
trabajo! Ninguna labor reduce nuestra dignidad
personal. Por más básica que sea en proporción a nuestro nivel académico y récord
de experiencias, se puede hallar realización en cualquier rol, siempre que este
sea instrumento para satisfacer nuestra vocación o sea simplemente un temporal
en nuestras circunstancias.
En un
tercer prototipo, José, quien fue desde conserje, hasta mayordomo de la cárcel antes
de llegar a ser el segundo al mando en Egipto, concluyo que el rol que nos toque jugar hoy quizá
no es el destino final, sino un peldaño hacia la cima.
Si nos toca, provisional o permanentemente, vivir de una tarea para la que estamos sobrecalificados, disfrutemos el trabajo, realizándolo con responsabilidad y excelencia, pues como alguien dijo, la felicidad no está en el destino, la felicidad es el camino.