Por Telésforo Isaac
Se ha dicho y escrito mucho acerca de lo sucedido el
primer Viernes Santo, describiendo la desventura, traición, entrega,
tribulación, juicio, condena y muerte de Jesús de Nazaret. Los hechos de ese
viernes, después de los memorables acontecimientos del Jueves Santo, adquieren
mayor trascendencia dada la envergadura de lo acontecido ese extraordinario día
que remembramos como Viernes Santo. Sin embargo, se impone la prudencia, a
pesar de la importancia de señalar culpabilidades. Es preciso considerar las
características y la naturaleza humana, la influencia religiosa, presión
política, el ambiente social imperante en el pueblo. Por tanto, no es correcto
juzgar radicalmente a todos los que, de una u otra condición, estuvieron
presentes, o actuaron de modo consciente o inconsciente, en lo sucedido. Es
necesario determinar quiénes estuvieron presentes y quiénes fueron los
actuantes.
El drama del Viernes Santo comenzó desde que Jesús oró
en el Jardín de Getsemaní, fue entregado por Judas Iscariote a los soldados del
imperio romano, y luego llevado ante la presencia de los sumos sacerdotes Anás,
Caifás, quienes junto a otros jefes del Sanedrín actuaron de manera malévola.
Tras el enfrentamiento, Jesús fue llevado al palacio del gobernador Poncio
Pilatos y allí, frente a una bulliciosa muchedumbre, el profeta fue abucheado,
falsamente acusado en un proceso de índole política y de fanatismo religioso.
Los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan,
narran los pormenores de lo que sufrió Jesús esa infausta madrugada; relatan
las innumerables y maliciosas acciones que padeció el Señor: traición,
difamación, negación, abandono, apresamiento, ser escupido en la cara, golpeado
por los soldados; le pusieron vestidura correspondiente a un monarca y fue
coronado con una diadema de espinas.
Es oportuno preguntar ahora, ¿estuvo usted presente o
fue actuante al responder a Pilatos, cuando éste le preguntó a Jesús si era el
Rey de los Judíos?
¿Es posible que personas como usted y yo, con
características diferentes o semejantes, estuviesen allí como espectadores
entre el gentío que pedía crucificar a Jesús y liberar a Barrabás; haciéndolo
como fanático religioso, como miembro del ejército romano, como representante
gubernamental del imperio de los Césares; o como alguno de los seguidores del
profeta que salió huyendo cuando Jesús fue apresado por los soldados; o cuando
fue negado por el más íntimo de sus discípulos? Acaso estaba usted como las
lastimosas mujeres en el Vía Crucis (camino al Gólgota), llorosas de
presenciar el maltrato dado al joven profeta; o como el cirineo transeúnte,
obligado a ayudar a Jesús ya exhausto debido a una noche de aflicción, golpiza
y burlas.
Por otro lado, ¿Escuchó usted las siete últimas
palabras del inmolado colgado en la cruz? ¿Lo escuchó cuando dijo tener sed y
se le ofreció vinagre con hiel, tal vez como anestesia para calmar el dolor
causado por los clavos en manos y pies?
¿Qué sintió usted cuando, al clavar el pecho del
sufrido y castigado mártir, brotó liquido como agua y sangre?; ¿Qué emoción le
causó cuando los soldados reconocieron que el malogrado religioso era
“verdaderamente hijo de Dios”? ¿Qué impresión le causó la piadosa
acción de José de Arimatea y el maestro Nicodemus que hicieron las diligencias
para obtener permiso del gobernador Pilatos para sepultar el inerte cuerpo de
Jesús en una tumba nueva?
Al leer este artículo respecto a las personas presentes o actuantes en el drama del primer Viernes Santo, ¿Dónde se ubica usted ante ese brutal acontecimiento?
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