Viví casi tres años frente al puerto Don Diego, en
Santo Domingo. La vista del rio Ozama y de la Zona Colonial desde mis ventanas
me fascinaba, pues el sol hacía resplandecer
las aguas al amanecer, y sobredimensionaba
el encanto de los viejos muros de la ciudad.
Además, cada semana amanecía ante mis ojos alguna
novedad, ya fuera el rutinario Ferry, que va y viene de Puerto Rico regularmente, o los
enormes barcos cargueros abarrotados de vehículos,
que eran colocados en una hilera a todo lo largo del muelle, paralelo a la avenida
del Puerto, entre las instalaciones de aduanas y el puente flotante.
En ese tiempo, vi atracar en el puerto yates de lujo,
algunos muy emblemáticos como aquel cuya propiedad se atribuye un magnate ruso,
que creó mucha curiosidad y alarma en la
ciudad pues las autoridades lo tenían rodeado impidiendo su partida. Recuerdo los buque-escuela, que hospitalariamente permitían
a los interesados subir a bordo y pasearse por las instalaciones. Algunas mañanas mis ojos quedaban fijos ante
el asombro de magníficos y suntuosos cruceros que hacían su entrada espectacular
hasta instalarse justo frente a mi condominio. ¡No podía pedir más entretenimiento!
Por eso, mi corazón se sacudió hace unos días con la
inesperada noticia del colapso de esa área del puerto. Las imágenes publicadas
en los medios me causaron asombro y nostalgia. ¿Cómo fue posible esta situación?
Los voceros de las instituciones correspondientes afirman que se trató de una
sobrecarga de peso, por un cargamento de acero que se colocó allí. Gracias a
Dios, no hubo personas afectadas por el lamentable suceso. Sin embargo, costará
tiempo y dinero reconstruir esa zona.
La situación me hizo reflexionar también, pensando que,
en ocasiones, las personas somos como ese puerto, manejando y procesando cargas
que corresponden a nuestros roles y responsabilidades en la vida. A veces,
voluntaria o involuntariamente, nos sobrecargamos, asumimos más y más compromisos,
deberes y tareas sin tomar en cuenta que podemos estar atentando contra nuestra
capacidad de resistencia. En su momento, algunas señales nos avisan que hay
peligro, pero las ignoramos hasta que … lo inevitable sucede: nos desplomamos,
ya sea con un evento de salud mayor, o alguna área de la vida, descuidada por sobre
atender otras, se quiebra y causa el derrumbe de todo lo demás… ¿Puede usted
pensar si acaso no está su vida en peligro de colapso?
Hay que saber reconocer nuestros límites de esfuerzo y
resistencia. Hay que administrar las cargas que nos
corresponde de llevar, si queremos evitar quedar en ruinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sus comentarios son bienvenidos!