La perfección como atributo de Dios fue el tema de reflexión
en una reunión de la que fui parte recientemente. Los presentes que comentaron
coincidieron en que el tema es difícil. El concepto puede ser idealista,
utópico y abstracto.
Ciertamente, en mi condición humana me cuesta
encontrar una forma de definir la perfección. En el diccionario hallo que el
significado de "perfecto" se refiere a algo que está completo, sin
defectos, fallos o imperfecciones. Perfección
es todo lo bueno e ideal que se pueda ser en modo superlativo. ¿A Quién o qué
podríamos atribuirle perfección?
Dios es perfecto, impecable. Es al único que le queda
este atributo. No comete errores. Esta condición divina muchas veces no es tan
evidente para muchos, al contrastarla con las realidades adversas que nos rodean
en un mundo fallido.
Dios es Perfecto. ¿Qué significado puede tener esto
para una persona? Su perfección debería tener un profundo impacto en la forma en
que vivimos y la forma en que nos relacionamos con Dios.
Cuando pienso en la perfección de Dios, me pregunto
como el Salmista “¿Qué es el hombre para que de
él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides?” (Salmo 8). Me siento
pequeña e inadecuada para tener la osadía de acercarme a su magnífica
presencia.
Dios
es perfecto. La escritura dice que” En cuanto a Dios, su camino es perfecto” 2 Samuel 22:31)
Su
Palabra y su obra también lo son. No puedo explicarlo, pero puedo percibirlo. Su
perfección me invita a confiar en Él y aceptar lo que Él hace y permite. Su perfección
me invita a procurar agradarle, teniendo el cuidado de crecer en la gracia que Él
ha provisto, a madurar en ese camino de ser mejor que ayer, eso que Jesús dijo
que debe ser mi aspiración e ideal: Caminar hacia la perfección del Padre. Es
lo que Pablo anhelaba, sin haberlo alcanzado, lo tenía como meta, y proseguía hacia
ella.
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