El modelo de oración que Jesús nos enseñó está
diseñado para guiarnos hacia una comunicación genuina y eficaz con Dios Padre.
Aunque la oración pública y congregacional tiene su lugar, en todo contexto
debemos recordar que oramos a Dios, no a la audiencia presente.
En ocasiones, he observado eventos donde la oración
parece más una arenga política o un poema destinado a impresionar a los
presentes. Jesús advirtió que este tipo de oraciones no necesariamente tienen
como objetivo ser escuchadas por Dios; son oraciones horizontales. Jesús nos
dio dos ejemplos a evitar: los hipócritas que oran para ser vistos por los
hombres, y los gentiles que usan palabrería (jerga y verborrea) intentando
"impresionar" a Dios.
En su lugar, sigamos el modelo que Él nos dejó,
conocido como el Padre Nuestro[1].
No se trata de repetirlo mecánicamente, sino de dirigir nuestras oraciones a
Dios, poner su reino y voluntad como prioridad, presentar nuestras necesidades
diarias, y buscar el poder espiritual para ser librados del mal, perdonar y ser
perdonados.
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