lunes, 16 de junio de 2025

DONDE REINA LA JUSTICIA, FLORECE LA VIDA

Frente a la injusticia del mundo, muchos buscan soluciones humanas: venganza, rebelión, leyes o educación. Pero el Salmo 72 nos presenta una alternativa divina: un Rey justo, cuya autoridad trae verdadera transformación.

Este salmo retrata un reinado donde la justicia florece: “Los montes llevarán paz al pueblo” (v.3), “descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada” (v.6), y “haya abundancia de grano en la tierra” (v.16). Es una imagen de prosperidad y bienestar generalizado, no como resultado de políticas humanas, sino del gobierno de un rey justo.

Pero este florecimiento no es solo material. Es profundamente moral y compasivo. Este rey “juzgará con justicia a los pobres” (v.2), “librará al menesteroso que clamare” (v.12), “tendrá misericordia del pobre y del necesitado” (v.13), y “redimirá sus vidas de violencia” (v.14). El corazón de su reinado es la protección de los más vulnerables.

Esta es una oración mesiánica que apunta a Jesucristo. En Él se cumplen estas promesas. Solo bajo su señorío encontramos un reino verdaderamente justo, global y eterno. Nuestra esperanza no está en las instituciones humanas, sino en Aquel cuyo trono es firme para siempre.

Hoy podemos unirnos al clamor del salmista: “Bendito sea Jehová Dios, el Dios de Israel... bendito su nombre glorioso eternamente” (vv.18–19).
Y mientras esperamos la plenitud de su reino, vivamos reflejando su justicia, escuchando al débil, y actuando en defensa del que no tiene voz

Foto: Pixabay de uso libre. 

lunes, 9 de junio de 2025

LA VISIÓN DE JESÚS, NUESTRA MISIÓN HOY

Vivo citando a Jesús cuando dijo que la mies es mucha y los obreros pocos, usualmente cuando me piden algo adicional de trabajo, aun estando abrumada con las tareas a mi cargo. Pero, la realidad es que la visión y misión de Jesús deben ser también las nuestras. En Mateo 9:35–38 vemos a Jesús recorriendo ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y dolencia. No se limitaba a lo espiritual, también atendía las necesidades físicas. Su ministerio era integral.

Lo que Jesús hacía nos muestra el corazón de Dios: un corazón que enseña con propósito, que proclama con verdad, y que sana con compasión. Su enseñanza tenía contenido. En un tiempo donde la iglesia muchas veces se enfoca en formas, es necesario recordar que la enseñanza bíblica es esencial. Cada creyente es un teólogo en formación. Cuando falta enseñanza, la iglesia se debilita, se desvía, y pierde su fundamento en la Palabra.

Jesús también veía. Observaba las multitudes como ovejas sin pastor, desorientadas y vulnerables. Eso despertaba en Él compasión. Y sí, Dios tiene compasión. Jesús, siendo plenamente Dios y plenamente humano, la expresó con actos concretos. El Espíritu Santo, que mora en nosotros, quiere formar esa misma compasión en nuestros corazones.

Finalmente, Jesús involucró a sus discípulos. No solo les mostró la necesidad, sino que los llamó a actuar. La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Las oportunidades son abundantes, pero requieren disposición y oración. Jesús no pide que lo hagamos todo, pero sí que oremos, y estemos listos para responder.

Hoy, la misión sigue viva. La necesidad es real. La compasión de Dios no ha cambiado. ¿Estás dispuesto a ver, sentir y actuar como Jesús?


lunes, 2 de junio de 2025

NO UNA IGLESIA CIEGA, NI UNA IGLESIA MUDA

El capítulo 9 de Mateo nos presenta una serie de milagros que revelan la compasión de Jesús. Entre ellos, hay dos que llaman la atención de forma especial: Jesús da vista a los ciegos y da habla a un hombre mudo (Mateo 9: 27 -34). Pero más allá del aspecto físico, estos milagros reflejan una realidad espiritual que también nos interpela hoy.

Los ciegos que siguieron a Jesús no veían con los ojos, pero sí con el corazón. Clamaron por misericordia, entraron en la casa donde estaba Jesús, y creyeron que Él podía sanarlos. Su fe fue recompensada. Curiosamente, Jesús les pidió que no contaran lo sucedido. No buscaba promoción ni fama. Sin embargo, los hombres hicieron lo contrario: hablaron por todas partes de lo que Jesús había hecho.

Luego, un hombre mudo, oprimido por un demonio, fue sanado y comenzó a hablar. La opresión espiritual fue rota, y el resultado fue una voz recuperada. Este acto no fue solo liberación individual: es un recordatorio del poder que tiene el evangelio para romper cadenas espirituales.

Frente a estos hechos, los testigos quedaron asombrados, pero los fariseos, en su ceguera espiritual, se negaron a reconocer la verdad. Esa actitud nos confronta: ¿estamos viendo lo que Dios hace? ¿Estamos hablando de lo que Él ha hecho?

Como iglesia, no podemos darnos el lujo de ser ciegos ni mudos. Necesitamos ver con ojos de fe y hablar con claridad del poder de Jesús. Que no seamos una iglesia ciega ante su obrar, ni una iglesia muda ante su mensaje.
Cada creyente tiene la responsabilidad personal de traducir su capacidad de ver  en testimonio. Callar lo que Dios ha hecho en nosotros no solo empobrece nuestra fe, sino que priva a otros de conocer Su poder. Ver y hablar: ambas son acciones que marcan a los verdaderos discípulos.