lunes, 2 de junio de 2025

NO UNA IGLESIA CIEGA, NI UNA IGLESIA MUDA

El capítulo 9 de Mateo nos presenta una serie de milagros que revelan la compasión de Jesús. Entre ellos, hay dos que llaman la atención de forma especial: Jesús da vista a los ciegos y da habla a un hombre mudo (Mateo 9: 27 -34). Pero más allá del aspecto físico, estos milagros reflejan una realidad espiritual que también nos interpela hoy.

Los ciegos que siguieron a Jesús no veían con los ojos, pero sí con el corazón. Clamaron por misericordia, entraron en la casa donde estaba Jesús, y creyeron que Él podía sanarlos. Su fe fue recompensada. Curiosamente, Jesús les pidió que no contaran lo sucedido. No buscaba promoción ni fama. Sin embargo, los hombres hicieron lo contrario: hablaron por todas partes de lo que Jesús había hecho.

Luego, un hombre mudo, oprimido por un demonio, fue sanado y comenzó a hablar. La opresión espiritual fue rota, y el resultado fue una voz recuperada. Este acto no fue solo liberación individual: es un recordatorio del poder que tiene el evangelio para romper cadenas espirituales.

Frente a estos hechos, los testigos quedaron asombrados, pero los fariseos, en su ceguera espiritual, se negaron a reconocer la verdad. Esa actitud nos confronta: ¿estamos viendo lo que Dios hace? ¿Estamos hablando de lo que Él ha hecho?

Como iglesia, no podemos darnos el lujo de ser ciegos ni mudos. Necesitamos ver con ojos de fe y hablar con claridad del poder de Jesús. Que no seamos una iglesia ciega ante su obrar, ni una iglesia muda ante su mensaje.
Cada creyente tiene la responsabilidad personal de traducir su capacidad de ver  en testimonio. Callar lo que Dios ha hecho en nosotros no solo empobrece nuestra fe, sino que priva a otros de conocer Su poder. Ver y hablar: ambas son acciones que marcan a los verdaderos discípulos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sus comentarios son bienvenidos!