El capítulo 9 de Mateo
nos presenta una serie de milagros que revelan la compasión de Jesús. Entre
ellos, hay dos que llaman la atención de forma especial: Jesús da vista a los
ciegos y da habla a un hombre mudo (Mateo 9: 27 -34). Pero más allá del aspecto físico, estos milagros
reflejan una realidad espiritual que también nos interpela hoy.
Los
ciegos que siguieron a Jesús no veían con los ojos, pero sí con el corazón.
Clamaron por misericordia, entraron en la casa donde estaba Jesús, y creyeron
que Él podía sanarlos. Su fe fue recompensada. Curiosamente, Jesús les pidió
que no contaran lo sucedido. No buscaba promoción ni fama. Sin embargo, los
hombres hicieron lo contrario: hablaron por todas partes de lo que Jesús había
hecho.
Luego,
un hombre mudo, oprimido por un demonio, fue sanado y comenzó a hablar. La
opresión espiritual fue rota, y el resultado fue una voz recuperada. Este acto
no fue solo liberación individual: es un recordatorio del poder que tiene el
evangelio para romper cadenas espirituales.
Frente
a estos hechos, los testigos quedaron asombrados, pero los fariseos, en su
ceguera espiritual, se negaron a reconocer la verdad. Esa actitud nos
confronta: ¿estamos viendo lo que Dios hace? ¿Estamos hablando de lo que Él ha
hecho?
Como
iglesia, no podemos darnos el lujo de ser ciegos ni mudos. Necesitamos ver con
ojos de fe y hablar con claridad del poder de Jesús. Que no seamos una iglesia
ciega ante su obrar, ni una iglesia muda ante su mensaje.
Cada creyente tiene la responsabilidad personal de traducir su capacidad de ver
en testimonio. Callar lo que Dios ha
hecho en nosotros no solo empobrece nuestra fe, sino que priva a otros de
conocer Su poder. Ver y hablar: ambas son acciones que marcan a los verdaderos
discípulos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sus comentarios son bienvenidos!