miércoles, 5 de noviembre de 2025

CUANDO LA HUMILLACIÓN TOCA EL ALMA

 


La humillación es una de las experiencias más difíciles de soportar. Nos expone, hiere nuestro orgullo y despierta sentimientos de  enojo o impotencia. Sin embargo, estos momentos también pueden convertirse en oportunidades profundas para crecer en fortaleza interior.

El primer paso es reconocer lo que sentimos. No negarlo ni disfrazarlo. Decirnos con honestidad: “Me dolió lo que pasó”, nos permite procesar el malestar sin quedar atrapados en él. La tolerancia a la frustración no consiste en endurecer el corazón, sino en aprender a respirar dentro del dolor sin dejar que nos gobierne.

Luego, viene la aceptación. No significa justificar lo ocurrido, sino aceptar que sucedió. Resistirnos a la realidad solo amplía la herida. Aceptar nos libera para mirar hacia adelante y decidir cómo responder con sabiduría.

Podemos entonces reformular lo sucedido: preguntarnos qué podemos aprender, qué valor propio se sintió amenazado o si acaso estamos tomando lo ocurrido de forma demasiado personal. Este cambio de mirada reduce el peso emocional y abre paso a la paz.

También es importante reforzar nuestra identidad. El valor personal no depende de la opinión ajena ni del trato recibido. Recordar quiénes somos ante Dios nos devuelve equilibrio: “Soy amado, aunque haya sido malentendido; tengo dignidad, aunque otros no la reconozcan.”

La tolerancia se fortalece con pequeñas prácticas diarias: esperar sin queja, aceptar errores, responder con calma ante una crítica. Así se entrena el alma.

Y finalmente, el perdón. Cristo fue humillado y no respondió con ira. Perdonar no borra el dolor, pero nos libra de quedarnos prisioneros en él. La verdadera fortaleza nace cuando respondemos al agravio con serenidad y dejamos que Dios sane lo que la humillación tocó.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sus comentarios son bienvenidos!