Hay errores menores, metidas de pata de distintos niveles, pero hay errores profesionales, esos que se cometen y que cuestan a corto y largo plazo. Un par de anécdotas al respecto:
Necesitaba un servicio de fotografía para la organización en que trabajo. Una persona que me había fotografiado meses antes fue la primera que llegó a mi mente, primero porque me sentía segura que haría un excelente trabajo, y segundo porque recordé que ella antes me había manifestado estar a la orden para cualquier servicio.
Pues llegó la oportunidad; yo tenía una fecha límite, así que le escribí pidiendo una cotización. Pasaron varios días sin recibir respuesta, y opté por llamarla, y aunque contestó una de las llamadas, lo hizo solo para confirmar que vió mi correo y mis mensajes, y para ofrecer devolverme la llamada, cosa que no hizo.
Cuando se acercaba mi fecha límite, sin lograr explicarme el silencio y la evasión evidente que me prodigò esa persona, tuve que buscar otra solución. Me sentí aliviada al ver que Dios proveyó otro profesional quien realizó un trabajo impecable y puntual.
En eso llegó una respuesta vía email de mi primera opción, la que apenada me decía que demoró en responder porque “no sabía cómo explicarme su estilo de trabajo y el precio que conllevaba”; a continuación reseñaba lo mínimo que costaría ese trabajo; entonces interpreté que la persona creía que le había pedido un favor, o que sus servicios estaban por encima de lo que podríamos pagar.
La realidad es que a la opción dos le pagamos más que lo que ella pidió, y por supuesto quedó esta persona como nuestro prestador de servicios para próximas ocasiones, que serán, por cierto, varias en el horizonte cercano.
Le queda a uno la duda entonces, de que significa “estar a la orden”, y también, de si es sabio asumir que un cliente puede o no, (o quiere o no), pagar lo que corresponde por un servicio. Hay más de un lugar en que he entrado a comprar que, la actitud de los vendedores deja ver que te atienden solo si creen que eres solvente o no para comprar allí. Pero muchos se han llevado grandes sorpresas.
Mi error quedó mitigado porque no le di a mi superior el nombre y las recomendaciones que con bombos y platillos hubiera dado de mi amiga. El error de ella, no ser capaz de dar un servicio, aunque le pareciera que hacía un favor, que a largo plazo le hubiera granjeado un cliente permanente. No todo es dinero en este planeta. De las relaciones que construimos podemos obtener beneficios insospechados.
Otra anécdota: ¡Trágame tierra!
Participaba de una reunión en la que representaba a la institución y al momento de los intercambios de tarjeta, pues yo no tenía aun una de la empresa, pero si contaba con una personal. Al repartir alegremente la tarjeta de mis “otros intereses” sentí enseguida la voz de la intuición que me decía “no es lo más prudente”. ¿Qué podría interpretarse de un gesto al parecer sencillo? Varias cosas, ninguna favorable. Imagínelas porque me apena a mi misma citarlas. (¿O si lo hago? –qué oportunista tan inoportuna, promoviéndose a sì misma en este contexto- o ¡qué no tienes tarjeta de la institución!!!)
Se lo que se siente después de cometer un error en el contexto profesional: tienes esa sensación estresante de “¡trágame tierra!”. Y no se puede devolver la cita para actuar de otra manera.
Pero bueno, se puede ser un poco indulgente consigo mismo y pensar que vamos con la marcha avanzando en nuestra superación, que aprendemos de las experiencias, tratamos de no repetir los tropiezos anteriores y aprendemos a enmendar lo más pronto posible los que se presenten en el futuro.
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