Hemos oído una y otra vez que las
crisis siempre llegan y que es medio de las dificultades y las adversidades
donde nuestro carácter se prueba y se perfecciona. Hemos oído que la queja es
la prostitución del carácter y sin embargo, ésta parece ser la reacción inmediata
a cada cosa que se levanta delante de nosotros como un obstáculo. Hasta las
pequeñeces cotidianas y temporales parecen ser motivo para que estallemos con
brotes de ira, acusaciones, maledicencias, rebeldías y malcriadezas.
Hemos oído que la vida no se trata
de una carrera de velocidad, sino de resistencia, y sin embargo, tenemos una
prisa intolerante que no acepta razones, aunque las haya, que no reconoce
contratiempos, que no asume la virtud de la paciencia, sino que alborota,
vocifera, se violenta y ataca sin miramientos.
Nunca aprendemos a buscar y
negociar soluciones, a pedir con decencia información, a procurar cordialmente
que nuestro derecho sea validado. Lo peor es que nunca aprendemos a esperar que
el tiempo componga aquello que solo el tiempo puede componer, y nuestra
impaciencia solo causa un daño mayor.
Hemos oído, que de la adversidad se
aprende, y sin embargo, ¿Quién dice que queremos aprender alguna cosa? Pues si
es como oí decir que “Hasta que pasas la prueba, la prueba no pasa” más nos
vale aprender y pronto.
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