Qué
hermoso tener como visión de madre el verso Bíblico que dice. "Se levantan
sus hijos y la llaman bienaventurada" (Proverbios 31:28) Una madre
dichosa, alabada por sus hijos. Pero la
realidad se nos pinta tan distinta.
Tal
vez coincidas conmigo en pensar que el amor de madre raya frecuentemente en lo
irracional, y que el amor mal administrado hacia los hijos en un momento dado
va forjando personas completamente distintas a lo que hubiéramos deseado. Es
inmensamente doloroso que el fruto de tus entrañas, que debería ser tu alegría
y tu satisfacción, sea como una espina dolorosamente atravesada en tu
alma.
Una frase cuyo autor desconozco dice “El
arte de ser madre y actuar con responsabilidad requiere madurez”. Por su parte
el Doctor Josè Dunker plantea que los
hijos al nacer requieren sobreprotección pero que a medida que crecen hay que
irlos soltando poco a poco. Saber educarlos para luego soltarlos es una de las realidades más difíciles de una
madre. Porque sofocarlos sobreprotegiéndolos
es dañino, pero lo opuesto, darles rienda suelta sin ninguna clase de control
es irresponsable.
Una
madre típicamente lleva una carga abrumadora sobre sus hombros. Ser madre
implica una buena dosis de paciencia, de tolerancia, de entusiasmo, de
voluntad, de fe, de saber sortear eficientemente situaciones difíciles e
inesperadas. Al parecer le estamos pidiendo martirio, ¿y a qué precio? Unas veces recibe migajas de amor y de
agradecimiento. Pero otras veces el martirio es al precio de ingratitud, rebeldía,
irrespeto y abuso por parte de hijos que fueron criados consentidos, y hoy son
monstruos egoístas y abusadores.
Por
eso es necesario una dosis adecuada de amor, amor que construye y no deforma, amor
que instruye y disciplina. Cuando se
disciplina a un hijo, la meta es mostrarle cómo lograr una conducta que le permita a su vez madurar como
persona. Corregir las conductas
inapropiadas a tiempo, reforzando y animando toda buena conducta, modelando y
ejemplificando el perdón, definiendo reglas y sus consecuencias.
Nunca
será sencillo formar seres humanos, con la semilla de la naturaleza caída que
nos acompaña. Por eso la vida espiritual es clave para formar hijos felices,
con valores y solidaridad, con personalidad y autoestima sana, y capaces de reciprocar el amor recibido de su
madre y el resto de su familia.
¿Qué
te falta por hacer para que un día tus hijos se levanten y te llamen dichosa, feliz,
bienaventurada?
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