Con su voz grave me preguntó “¿Cómo
está?” Mientras estrechó mi mano por un brevísimo momento. Pero no esperó a que
respondiera, su séquito se ocupó de que me hiciera sutilmente a un lado para
que él continuara su recorrido. Me había topado cara a cara con el presidente
de la República.
El tropiezo no fue
casual, de hecho, yo lo procuré. ¿La ocasión? Una recepción a bordo del Barco Logos
II, anclado en el puerto de Santo Domingo. Como fui parte del equipo
coordinador de la visita del Barco, estuve invitada a la recepción de honor a
la que también estaba invitado el presidente. Si recuerdo bien, corría el año 1996. Lo que sorprendió a muchos es que él se
presentara. Es evidente que los libros son una gran estrategia para atraer al
personaje de marras.
La cabina principal
del barco se constituía en la librería flotante màs grande del mundo. Enseguida
concluyó la ceremonia inaugural, se invitó a seguir al primer mandatario en el
recorrido por la librería, que tenía una
distribución ovalada, con tremerías en el centro que creaban una especie
pasillo en forma de herradura. Ni corta ni perezosa, fui casi la única que no siguió
detrás del presidente sino que tome la vía de su retorno y así, inesperadamente
para él, ni siquiera su avanzada previó que tropezaría conmigo y no le quedaría
más que responder a mi mano extendida. Cuando volví a casa, bromeé por varios días
que me lavaría la mano en una semana.
No obtuve fotos ni videos de la ocasión y de
hecho, el momento se borró de mi memoria hasta hace unos minutos en que una
amiga publicó en FB su radiante sonrisa captada al lado del mismo personaje. Los
años pasan.
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