“¿Antes muerta que sencilla?”
Sí, la popular expresión se hace realidad una y otra vez en nuestros días. Más
de una ha dejado su vida en el proceso de pretender ser más bella.
En los
hechos más recientes una hermosa chica de 19 años, recibe una cirugía estética como “premio” en un
concurso de belleza. Terminó recibiendo la muerte como regalo. Otra candidata
en otro certamen, está hoy confinada a una silla de ruedas por las inyecciones
que, en busca de tornear mejor su cuerpo, le causaron daños irreparables en sus
caderas y piernas. Con pesar ella admite: “Estoy pagando por mi vanidad”.
La prensa también da cuenta
de la saga de algunos pretendidos cirujanos que hoy son tristemente célebres
por las múltiples demandas de mala práctica, que (alegan los demandantes) han
causado daños irreversibles o han costado la vida a varias de sus pacientes.
Y aun así, sigue la
carnicería. Los nuevos estándares de “belleza”, procuran un cuerpo voluptuoso
que pocas tienen de origen y muchas procuran conseguir por el medio rápido y
costoso de las cirugías, las lipos, los implantes y los rellenos. Algunos
procedimientos son muy invasivos para la
salud general, y peor aún, muchos son realizados por cada suerte de
aprovechados, enganchados a especialistas, que se enriquecen realizando procedimientos
sin estar facultados para ello, o realizados en “clínicas” que no reúnen las
mínimas condiciones.
Mientras tanto, las niñas en
casa ven a estas chicas esculturales en la TV, y sueñan despiertas, o se hunden un poco más en la calamidad de su pobre autoestima, y la insatisfacción con su
cuerpo es incentivada por esta desenfrenada demanda de una sociedad frívola y
desprovista de valores. Insatisfacción que crea ansiedades que antes nadie padecía,
y que acompaña a las más atrevidas que vuelven al quirófano una y otra vez y
aun no les gusta lo que ven en el espejo. Es la trampa de la mujer objeto, que
tiene que vivir en busca de permanente aprobación y aceptación , y es la trampa
de la mujer-diva, que no puede reconciliarse con su edad, su estatura, con sus canas, arrugas y su peso.
Antes solo
las famosas se sentían obligadas a hacerlo. Hoy me sorprende saber que hasta
una humilde ama de casa que no tiene a veces ni para pagar el alquiler de su
casa, está tramando hacerse los pechos, o los glúteos, o ambas cosas; me
estremezco de perplejidad.
¿Dónde habrá quedado la
gracia, la naturalidad y el encanto de ser mujer, de cuidarnos y embellecernos
sin que sea esto la esencia de nuestra vida? ¿Quién nos ha robado la autoestima
sana y la sensatez?
Creo que nos
conviene reflexionar y desistir de exponer insensatamente la salud y la
existencia misma por responder a un sistema infame y desvalorizante de la esencia de ser mujer.
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