Foto en la Esquina de la Calle El Conde con Isabel la Católica, tomada en Marzo 2018 |
Una tarde de sábado reciente, caminaba con mi esposo
por la Zona Colonial de Santo Domingo, uno de los puntos de referencia de República
Dominicana, por ser la primera ciudad de América.
Paseando por la
Plaza España y las calles emblemáticas de Las Damas y Conde, inundadas de gente,
viendo las estatuas de piedra, metal y también las humanas ( La “Madre Tierra”,
el Soldado Verde, la Sirenita, el Pirata, Charles Chaplin y el perseverante
Michael Jackson, entre otros). Viendo los músicos ambulantes que esperan
acerques una propina a su cesta, además de tus aplausos. Viendo abiertas las
galerías de arte, donde puedes recrear tu mente descifrando significados de los
trazos del pintor. Viendo las simpáticas meseras que asumo me sonríen detrás de
sus mascarillas desechables, invitándonos a sentar y degustar algo de su menú. Viendo esplendorosas parejas en sesiones de fotos en las escalinatas coloniales. Entre el ruido y los vaivenes, escuchando al predicador con altoparlante predicar el
evangelio impregnado de amor, (Dios aun tiene mensajeros responsables, que no
escatiman esfuerzos para anunciar las buenas nuevas, a tiempo y fuera de tiempo).
Viendo todo lo que vi, sencillamente pensé con poca emoción, que la Zona Colonial ha resurgido después de dos años de cuarentenas, encierros y toques de queda. Casi termina mi paseo sin mayor motivo de reflexión, pero… mi punto de quiebre fue, ver a la jovencita cumpleañera que posaba para una cámara con sus números inflables que formaban 21. Entonces me reconecté con mis pasos de juventud por la zona colonial.
Puedo decir, como la vieja canción: Cuanto tenía 21, ¡fue
un año muy bueno! Me gradué de la universidad, inicié mi servicio con Radio
Trans Mundial, me mudé a Santo Domingo, y residía a pocos minutos de esta zona
de encanto. Mientras tenía 21, estudié inglés en un instituto en la Calle el Conde,
que a la sazón era el área comercial más pintoresca y destacable de la capital, ya que aún no proliferaban las grandes plazas comerciales
con que hoy contamos.
Si, mis veintiuno los viví caminando a diario en la
Zona Colonial, respirando el olor del café en la esquina que reunía a los
poetas al atardecer, y alimentando ese espíritu de “window shopping” (mirar y no
comprar) al detenerme a observar las esplendidas vitrinas de las otrora
exclusivas tiendas de moda.
Si, mis veintiuno fue un año muy bueno. Fue bueno recordarlo
y apreciar cuánto he cosechado de esas horas en la más añeja calle de la
ciudad.
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