En un evento cristiano me presentaron a un joven cantante que, al parecer, es bastante popular en estos días. Sin embargo, al no ser consumidora de ciertos géneros musicales, y ciertamente, al estar desconectada por varios años de la producción radial musical, sinceramente no conocía al joven ni estoy familiarizada con su música. Al saludarlo, noté en su expresión que esperaba de mi parte una reacción efusiva y melodramática, como la que recibió de algunas jóvenes fans presentes.
Ante mi incapacidad de comentar sobre su persona y explicar
con sencillez que no estaba familiarizada con su trabajo pero que procuraría
escucharlo oportunamente, respondió con una frase inesperada: “Usted vive
debajo de las piedras si no ha escuchado mi música”.
Este encuentro me llevó a reflexionar sobre el mensaje
de Proverbios 27:2: "Alábate el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y
no los labios tuyos". Este pasaje nos invita a considerar la importancia
de la humildad, la autoestima y cómo manejamos el deseo de ser reconocidos. La
subjetividad tiende a ver como que el mundo gira a nuestro alrededor. Anda el
ser humano buscando la forma de ser conocido y reconocido, llegando al grado de
la autoalabanza.
La búsqueda del aplauso surge de la necesidad de
resaltar nuestras virtudes para obtener aprobación o destacar, reflejando a
menudo orgullo o inseguridad. Si bien recibir reconocimiento es agradable, la
autoalabanza es una flaqueza del carácter. En contraste, una sana autoestima se
fundamenta en el reconocimiento de nuestro valor como creación de Dios, sin
buscar compararnos o proclamarnos especiales. La autoestima verdadera no
depende de la validación externa, sino de nuestra identidad en Cristo y del
fruto de nuestras acciones.
¿Y qué hacemos cuando no recibimos el reconocimiento
que creemos merecer? Este verso nos recuerda no depender de las alabanzas
humanas. Dios ve nuestro corazón, nuestras intenciones y esfuerzos. Aunque el
mundo no lo reconozca, el Señor recompensa las obras hechas con amor y
fidelidad.
En lugar de buscar insistentemente el aplauso, vivamos
de manera íntegra y confiemos en que Dios, a su tiempo, exaltará a quienes le
honran. Su aprobación es la única que verdaderamente satisface y permanece.