lunes, 31 de marzo de 2025

ÉL LLEVÓ NUESTRAS ENFERMEDADES

 

Una joven y hermosa mujer, esposa y madre, luchó durante años contra una condición que finalmente la llevó a su último suspiro. En medio del duelo, aquellos que la rodeaban mantienen la firme convicción de que, aunque su cuerpo ya no respire en esta tierra, ella despertó en el Cielo. Este relato nos recuerda que, aunque enfrentamos sufrimiento y muerte, la verdadera sanidad trasciende nuestra existencia terrenal. En el Evangelio de Mateo 8:1-17, vemos cómo Jesús sanó cuerpos, liberó almas y ofreció esperanza más allá de las circunstancias visibles. Hoy, reflexionamos sobre cómo su toque sanador sigue siendo la fuente de nuestra restauración, tanto en la vida como en la muerte.

Un leproso. En la época de Jesús, la lepra era una enfermedad de la piel que implicaba el aislamiento de la persona afectada. Nadie quería acercarse a alguien con lepra, pero Jesús lo tocó. Hoy, podemos padecer de lepra moral, aquella que nos aísla y nos llena de culpa, distanciándonos de los demás y de Dios. Sin embargo, Jesús quiere limpiarnos con su toque sanador.

Un centurión. Este hombre estaba muy afligido por la enfermedad de un siervo suyo. Siendo extranjero, podría haber sido percibido como indigno de la ayuda de Jesús, debido a sus raíces familiares. Pero él comprendía la autoridad, y apeló a que la autoridad de Jesús era suficiente. Aunque Jesús estuvo dispuesto a ir a la casa del centurión, Él respondió a la fe de este hombre, reconociendo su confianza en Su poder y autoridad.

La suegra de Pedro. Cuando Jesús llegó a su hogar, la encontró postrada en cama debido a una fiebre. Jesús tocó su mano, y al ser sanada, la mujer se levantó de inmediato para servir. Una persona sana sirve. Una iglesia saludable sirve.

El pasaje también nos relata que Jesús sanó a muchos, haciendo una distinción clara entre aquellos liberados de opresión maligna y los que simplemente padecían dolencias físicas. A todos, Jesús los sanó con Su Palabra.

Hay poder en el toque de Jesús,

Hay poder en la autoridad de Jesús,

Hay poder en Su Palabra.

Aunque en Su voluntad, hoy Jesús puede responder a nuestras oraciones sanando a los enfermos, la sanidad última trasciende nuestro "aquí y ahora". La esperanza del creyente, cuando fallece, es que la sanidad total comienza en la entrada a la eternidad.


lunes, 24 de marzo de 2025

RESTAURAR Y FORTALECER RELACIONES PERSONALES

 


Lo he visto y lo he vivido: las relaciones con familia, amigos, compañeros de trabajo o de iglesia pueden deteriorarse por malos entendidos, ofensas o diferencias de criterio. Sin embargo, el mensaje de Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5:33-48) nos muestra que las relaciones pueden ser restauradas y fortalecidas cuando aplicamos los estándares del reino de Dios en nuestra vida diaria.

Jesús nos llama a cuidar nuestras palabras. Prometer con ligereza, exagerar o no cumplir lo que decimos genera desconfianza y conflictos. Nuestras palabras deben reflejar integridad, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Hablar con verdad y actuar en coherencia con lo que decimos es el primer paso para sanar relaciones.

Jesús también nos enseña a ir más allá de la resistencia natural al perdón. La ley de Moisés se basaba en la justicia de reciprocidad: "ojo por ojo, diente por diente". Pero Jesús nos invita a responder al mal con bien. Es un llamado radical, pero transformador. En lugar de devolver ofensa por ofensa, Jesús nos impulsa a ser instrumentos de paz y gracia.

Finalmente, amar a nuestros enemigos puede parecer imposible, pero Jesús nos mostró el ejemplo supremo en la cruz. Amar no significa justificar acciones incorrectas, sino elegir responder con compasión y orar por quienes nos han herido. Este amor refleja el corazón de Dios.

Sanar relaciones no es fácil y no siempre está del todo en nuestras manos, pero al vivir según los principios del reino de Dios, encontramos esperanza y restauración. Jesús no solo nos llama a sanar como hijos amados de Dios, también nos capacita para amar y perdonar.


Imagen de Pixabay de uso libre. 


lunes, 17 de marzo de 2025

EL PELIGRO DE LA FALSEDAD


La falsedad se manifiesta en escenarios cada vez más amplios y sofisticados. Como siempre, el lucro suele ser el motivo detrás de las caretas de ovejas que muchos lobos utilizan. Las víctimas denuncian fraudes, robos de identidad, de cuentas bancarias y tarjetas de crédito, inversionistas criminales, mucho de todo. Se requiere estar bien alerta por que el asedio es constante y multidireccional.   Pero el fenómeno no es nuevo, y la fe Cristiana no está exenta del peligro.

La falsedad es una estrategia de Satanás para engañar y desviar de la fe, y para provocar descrédito a la causa del evangelio. En Mateo 7:15-23, Jesús nos advierte sobre los falsos profetas, aquellos que aparentan ser líderes espirituales pero en realidad desvían a otros del verdadero camino. En un tiempo donde los escándalos de liderazgo son comunes, es crucial estar alerta. No debemos ser ingenuos, sino discernir con sabiduría. Podemos confiar, pero siempre debemos verificar si aquellos que enseñan y guían realmente siguen a Cristo. Satanás causa más daño cuando se infiltra en la iglesia que cuando la ataca abiertamente desde afuera.

Jesús nos enseña que reconoceremos a los falsos profetas no por su doctrina, sino por sus frutos (Mateo 7:16-20). Es posible que sus enseñanzas sean correctas y que incluso firmen declaraciones doctrinales, pero su fidelidad a Jesús es la verdadera prueba. Un árbol saludable da buen fruto de manera natural; de la misma forma, alguien nacido de nuevo reflejará obediencia a Cristo en su vida. En cambio, un árbol enfermo produce fruto malo, incluso engañándose a sí mismo. El talento, los dones y el carisma no son señales de salvación.

Jesús no se deja engañar (Mateo 7:21-23). Muchos pueden lograr grandes cosas en su nombre, pero si nunca han tenido una relación genuina con Él, serán rechazados. La verdadera evidencia de la fe no está en los logros visibles, sino en una vida transformada por la obediencia a Cristo.

Imagen de Pixabay de uso libre

lunes, 10 de marzo de 2025

JESUS NO ES SOLO EL CAMINO, TAMBIEN ES EL DESTINO

 

En Mateo 7:7-14, Jesús nos invita a acercarnos a Dios con confianza, pidiendo, buscando y llamando. Es importante considerar que este pasaje es una continuación del contexto donde se nos exhorta a no juzgar para no ser juzgados (Mateo 7:1-6). Ahora, Jesús nos dirige a centrarnos en nuestra relación con Dios, recordándonos que Él es un Padre amoroso dispuesto a responder nuestras oraciones.

Jesús enfatiza que debemos tener una idea correcta de Dios: nuestro Padre celestial que da buenas cosas a quienes se lo piden (Mateo 7:11). Esto nos enseña a orar, no solo por nuestras necesidades, sino también por salvación, reconociendo nuestra dependencia total de Dios. Lucas 11:13, un pasaje paralelo, añade que Dios da el Espíritu Santo a quienes se lo piden, mostrando que lo más valioso que podemos recibir es Su presencia en nuestras vidas.

En el versículo 12, Jesús resume la enseñanza de toda la Biblia en una sola regla: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Esto implica un llamado a la empatía, la verdad y el amor, independientemente de nuestras diferencias en política, religión o cualquier otro ámbito. Si vivimos según este principio, nos mantendremos fieles a la Palabra de Dios.

Luego, Jesús habla de dos caminos: la puerta ancha, que lleva a la perdición, y la puerta estrecha, que conduce a la vida (Mateo 7:13-14). El camino ancho puede ser atractivo, pero su destino es desastroso. En cambio, el camino estrecho, aunque difícil, tiene un destino glorioso porque nos lleva a Dios. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6).

Jesús no solo es el camino, sino también el destino, porque Jesús es Dios. Al seguirle, encontramos vida plena y eterna. Busca el Camino, Pide Salvación, llama, toca la puerta y se abrirá para ti.


Imagen:  Arnie Bragg from Pixabay


lunes, 3 de marzo de 2025

¿CUÁLES SON NUESTRAS PRIORIDADES?


Basado en Hageo 1:1-15

El pueblo de Israel había regresado del exilio con la misión de reconstruir el templo de Dios. Sin embargo, el proyecto quedó en pausa porque surgieron otras prioridades. La incertidumbre política y económica los llevó a enfocarse en sus propias necesidades, postergando la obra del Señor.

Ante esta realidad, Dios envió a Hageo con un mensaje claro: es tiempo de priorizar lo que realmente importa.

El profeta les hizo ver que su descuido espiritual afectaba todas las áreas de su vida. Sus cosechas eran escasas, sus esfuerzos no daban fruto y su satisfacción era pasajera. ¿La razón? Habían puesto su bienestar por encima de su relación con Dios.

Una lección para nuestro tiempo

Hoy, el templo de Dios no es un edificio físico, sino su iglesia, su pueblo. Jesús nos ha llamado a edificar su casa a través del evangelismo y el discipulado. Sin embargo, al igual que los israelitas, muchas veces permitimos que las preocupaciones diarias nos distraigan y descuidamos lo eterno.

Dios nos llama a reflexionar:

  • ¿Hemos dejado a un lado nuestra misión por enfocarnos en lo urgente pero pasajero?
  • ¿Hemos permitido que nuestras preocupaciones financieras o personales tomen el primer lugar?
  • ¿Estamos verdaderamente construyendo la casa de Dios con nuestras vidas?

Nuestra respuesta

El pueblo de Israel escuchó el llamado de Hageo y respondió con reverencia y obediencia. Dios les aseguró que estaría con ellos en el proceso.

Hoy, el mismo llamado resuena en nuestros corazones. Es momento de examinar nuestras prioridades, derribar lo que nos aleja de Dios y ponerlo a Él en el centro. Cuando lo hacemos, su presencia y bendición nos acompañan en todo lo demás.

"Yo estoy con vosotros, dice Jehová." – Hageo 1:13