“Jesús lloró”, (San Juan 11:35), es una de las
citas más cortas del Nuevo Testamento. Estas dos palabras hacen ver que
el Señor Jesús tenía sentimientos emocionales como toda persona humana; tenía
un corazón que se conmovía ante situaciones penosas. La ocasión en que el
Nazareno estuvo compungido y derramó lágrimas, fue ante la tumba de Lázaro,
hermano de Marta y María de Betania. Todo indica que los miembros de esta
familia tenían estrecha relación con el predicador de Nazaret de Galilea que
ambulaba por toda la tierra de Palestina.
La manifestación de sentimiento emocional de Jesús,
nos hace creer que Él puede estar compungido continuamente por las penas que
causan dolor, sufrimientos, miseria, explotación humana, injusticia, o muerte
súbita, que a veces puede ser violenta.
En el caso de Lázaro, el hermano de Marta y María,
éstas estuvieron apenadas, pero con esperanza. Por eso Marta le dijo a Jesús: “Señor,
si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. (San Juan 11:21).
Esto es contrario a lo que acontece con muchas familias que están amargadas y
desconsoladas por la condición en que viven, porque no tienen fe, ni esperanza
de recibir ayuda competente, ni mejoramiento predecible.
Las hermanas Marta y María de Betania, así como otros
miembros de la comunidad, tenían confianza en que la presencia e intervención
de Jesús hubiera de servir para que Lázaro no muriera; contrario a esta
certeza, el deseo de gente en estos días, en innumerables lugares y
situaciones, es de tener disponibilidad de salubridad preventiva, asistencias
médicas y servicios hospitalarios; mas, no alcanzan obtener éstas atenciones.
El evangelista nos dice en San Juan 11:7, que Jesús
respondió al llamado de las dos amigas acerca del estado de Lázaro. El Maestro
fue a acompañar a las dolientes y llora ante la tumba del fallecido hermano.
Incontables familias llaman hoy, pidiendo auxilio, pero no reciben respuesta a
sus súplicas y deseos.
Muchos se peguntan ahora, ¿a quién se puede
pedir que los acompañe en el sufrimiento, el dolor, y/o la muerte?
Cuantiosas personas son las que “levantan los ojos a lo alto” y miran a
su alrededor preguntándose: “¿De dónde vendrá mi socorro?” (Salmo
121:1). Son innumerables los que claman como el perturbado poeta de los Salmos,
diciendo: “Clamo desde lo profundo” (Salmo 130:1) del valle de la
desolación, de las entrañas de los barrios marginados, de las comunidades que
están en continuo estado de desesperanza, de hogares quebrantados, de hermanos
en conflicto, de matrimonios en desbandada y que habitan en chozas de cartón,
yagua, tejamanil y barro.
Multitudes anhelan respuestas positivas e inmediatas
de atención de servicios para tranquilizar sus corazones y calmar sus
atribuladas mentes. Numerosas personas desean tener esperanza de respuestas
para curar sus heridas, aliviar sus dolores y cambiar la pésima vida en que
están.
Jesús lloró y muchos lloran por la falta de fe,
esperanza y por la ausencia de oportunidades para alcanzar el bienestar
social. Los que imploran por la mejoría de su condición de vida, están llamados
a reforzar su fe y ampliar su confianza; pues, “la esperanza mantiene firme
y segura nuestra alma, igual que el ancla mantiene firme al barco.”
(Hebreos 6:19).
Telésforo Isaac
Obispo Emérito Iglesia Episcopal/Anglicana
Santo Domingo, R.D.
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