La mayoría de los adultos
que hemos tenido el privilegio de estudiar, podemos mencionar personas que
influyeron positivamente en nuestras vidas a la sombra de las aulas. Podemos citar sus cualidades y las cosas que
aprendimos de ellos y prodigarles agradecimiento. Algunos maestros son tan
insignes, que es motivo de orgullo haber estudiado con ellos.
A algunos de ellos los
recordamos con real admiración; esa precisamente es la reacción que causaba
Jesús en los que prestaban atención a su sabiduría. Se maravillaban y ocasionalmente cuestionaban
cómo era posible, ya que Jesús se había criado en Nazaret, un lugar que, en
contexto equivaldría a un barrio marginado y de bajo perfil en cualquiera de
nuestras ciudades.
Jesús solía enseñar
los días de reposo en una sinagoga, (que era el lugar donde los
judíos se reunían para rendir culto). El evangelio resalta que Jesús
enseñaba como quien tiene autoridad.
La autoridad de Jesús deriva
en credibilidad y poder; poder aun para
acallar al maligno; porque, cuando se está cumpliendo con el propósito de Dios,
se presentará oposición, a veces clara, desafiante y abierta. Para
enfrentarla y descalificarla, el maestro ha de contar con poder de
influencia y calidad moral. Jesús, el maestro es un fenómeno de popularidad
nunca antes visto.[i]
EL SANADOR COMPASIVO.
Jesús escucha, observa con
compasión a quien le busca afectado de salud, toca y sana al enfermo. Nunca es
indiferente. También de esto se corre la voz y la masa humana necesitada de
sanidad abarrota los lugares de estancia del maestro.[ii]
Jesús era más que un hacedor
de milagros. Las señales eran parte del mensaje, pero no eran su objetivo
final. Por eso, en salud y en enfermedad, nuestra esperanza debe trascender
los límites de esta naturaleza limitada y vulnerable, frecuentemente
amenazada de dolencias, que caracteriza al ser humano. Jesús tiene la verdadera
fórmula de la inmortalidad.
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