Circula
en el internet una secuencia de fotos bromistas sobre medicamentos para males
sociales, entre ellos Ubicatex, para los entremetidos y hasta un Jarabe para la
envidia. Pero uno de los empaques, muy bien presentado, me dejó pensativa:
Pastillas contra el dolor ajeno. Me pregunté a quién correspondería tomarlas. Y
resulta que, en el interés de bromear, en ese álbum se infiltró la imagen de
una campaña seria y solidaria que recauda fondos para enfermos olvidados. Se
trata de caramelos en venta con un fin benéfico.
La
defensa y socorro de los desfavorecidos son acciones que se esperan de todo ser
humano, especialmente del que en alguna forma tiene los medios para lidiar con
sus propias necesidades y desafíos. Siendo miembros de una comunidad con
múltiples estratos socioeconómicos se nos presentan diariamente incontables
causas que apelan a nuestra generosidad y buen corazón. Pero, además de las
fundaciones y movimientos de apoyo para los que luchan con una enfermedad, para
huérfanos, ancianos y otras tantas causas, usualmente tenemos al necesitado en
nuestra puerta y no somos capaces de extender nuestra mano, ni compartir un
pedazo de nuestro pan, y peor aún, creemos que basta voltear la cara para no
estar conscientes de esa realidad.
La
Biblia, el libro de Dios, es muy específico en exhortarnos a ser solidarios con
el prójimo. En el Antiguo Testamento el Señor dictó leyes precisas para
garantizar el bienestar de los excluidos, y las plantea como un llamado al
corazón, que luego Jesús reitera y valida, para que nuestras buenas obras sean
fruto de nuestro ser interior.
El
dolor ajeno es nuestro dolor.
Lectura:
Deuteronomio 15:7-11“Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en
tu tierra.” Reflexión publicada en Alimento para el alma, 12 de Mayo 2017.
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