viernes, 12 de mayo de 2017

EL DOLOR AJENO

Circula en el internet una secuencia de fotos bromistas sobre medicamentos para males sociales, entre ellos Ubicatex, para los entremetidos y hasta un Jarabe para la envidia. Pero uno de los empaques, muy bien presentado, me dejó pensativa: Pastillas contra el dolor ajeno. Me pregunté a quién correspondería tomarlas. Y resulta que, en el interés de bromear, en ese álbum se infiltró la imagen de una campaña seria y solidaria que recauda fondos para enfermos olvidados. Se trata de caramelos en venta con un fin benéfico.
La defensa y socorro de los desfavorecidos son acciones que se esperan de todo ser humano, especialmente del que en alguna forma tiene los medios para lidiar con sus propias necesidades y desafíos. Siendo miembros de una comunidad con múltiples estratos socioeconómicos se nos presentan diariamente incontables causas que apelan a nuestra generosidad y buen corazón. Pero, además de las fundaciones y movimientos de apoyo para los que luchan con una enfermedad, para huérfanos, ancianos y otras tantas causas, usualmente tenemos al necesitado en nuestra puerta y no somos capaces de extender nuestra mano, ni compartir un pedazo de nuestro pan, y peor aún, creemos que basta voltear la cara para no estar conscientes de esa realidad.
La Biblia, el libro de Dios, es muy específico en exhortarnos a ser solidarios con el prójimo. En el Antiguo Testamento el Señor dictó leyes precisas para garantizar el bienestar de los excluidos, y las plantea como un llamado al corazón, que luego Jesús reitera y valida, para que nuestras buenas obras sean fruto de nuestro ser interior.
El dolor ajeno es nuestro dolor.

Lectura: Deuteronomio 15:7-11“Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra.”  Reflexión publicada en Alimento para el alma, 12 de Mayo 2017. 

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