Llevábamos un
grupo de 4 pequeños escolares, tres
chicas y un varoncito de entre 9 y 10 años a visitar el oftalmólogo. Se trata
de niños de una comunidad empobrecida, favorecidos por una misión que les
provee escuela, alimentación y cuidados en área de salud física, emocional y
espiritual.
El punto de encuentro para esta cita médica sería por
supuesto, la escuela. Al Recogerlos, notamos que una de las niñas llegó con sus ropitas rotas y ajadas. Hubo
que hacer un movimiento rápido en el lugar para conseguirle otra vestimenta.
Al subir al transporte, me ocupé de ayudar al
jovencito a ponerse el cinturón de seguridad. Me miraba maravillado y sonriente
mientras exclamaba “ ¡Wow, nunca había usado un cinturón de seguridad!”
Mi esposo conducía y una maestra del centro nos
acompañaba. Yo me senté detrás entre dos de las niñas. El estómago de una de ellas crujía tan fuerte
que los demás escuchamos y reímos porque
nos pareció gracioso. Entonces ella dijo:
“ Tengo taaanta hambre!” . Me avergoncé de
haber reído y le prometí que tan pronto llegaremos a destino, les compraría
desayuno.
Mientras avanzamos por la ciudad, estos pequeños expresaban
sorpresa y admiración por los túneles
que pasamos y los edificios en el recorrido. Fue chocante para mi pensar que,
viviendo en zonas marginales no tan distantes del centro de la ciudad, estos
pequeños estuvieran disfrutando esto como un paseo, como una experiencia extraordinaria.
En el centro médico, hicimos de todo un poco para
entretenerlos en la sala de espera, mientras el doctor recibía a cada uno. Comimos,
jugamos y compartimos risas y lágrimas. Una de las niñas dijo tener sueño y se
recostó en mi regazo. Fue cuando pude notar los piojitos que inundaban su cabello.
Su descanso fue interrumpido con el llanto de la niña que salía de la oficina
del doctor, emocional porque su problema de visión era más serio de lo que esperábamos.
La tuve abrazada a mi hasta que se calmó.
Yo pasé solo una mañana con 4 chicos y tenía el corazón
quebrantado. Así que, considero héroes a
quienes dedican su vida a estas misiones y todos sus días están trabajando con
cientos de pequeños vulnerables, cuya condición en general es que les falta casi
todo.
El perfil de un niño en riesgo es:
·
Un
hogar roto, madre soltera y trabajando…padre ausente
·
Un
hogar roto, ambos padres ausentes, criados en el contexto abuelos o tíos,
usualmente marcados por la carencia de afecto.
·
Hogar
de extrema pobreza, padres iletrados o de baja escolaridad (Y en consecuencia poca
conciencia de la necesidad de enviar los niños a la escuela);luchan por una
subsistencia cotidiana, poca y mala alimentación, salud precaria,
·
Hogares
marcados por el hacinamiento, el alcoholismo, el abuso en todas sus manifestaciones…
todo un drama.
Estos pequeños, por tanto, están en alto riesgo de perpetuar el círculo de pobreza y miseria.
Foto: Durante la visita con los niños al oftalmólogo.En el evangelio de Marcos, capitulo 10, del 13 al 16 hallamos
una escena en la que muchos adultos traían sus niños a Jesús para que los
bendijera. Los discípulos reprendían a estas personas pensando que los niños molestarían
o interrumpían la agenda del Señor. ¡Nada más equivocado!
Hoy como ayer, llevar a los niños a Jesús es lo mejor
que podemos hacer por ellos. Cuando esto
hacemos, Él los abraza y los bendice, y nos declara que Su Reino le pertenece a
los niños y todos aquellos que vengan a él tan ingenua y confiadamente como un
pequeñito.
Parece ser que, en un mundo caído, con estados fallidos, sistemas corruptos y hogares rotos o disfuncionales, seguiremos necesitando que las iglesias y fundaciones de base cristiana sigan asumiendo la tarea de proveer soluciones alternativas para estos pequeños inocentes. Gente con vocación de rescatar, de mitigar carencias y de proveer espacios seguros y afectuosos para estas criaturas.
El fruto de estos esfuerzos ha hecho y seguirá haciendo la diferencia en el destino terrenal y celestial de muchos niños pobres en el mundo.
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