En Mateo 9:18–26
encontramos dos historias que nos muestran el camino: la de un padre
desesperado por su hija muerta y la de una mujer excluida por una enfermedad
crónica. Dos personas distintas, pero con algo en común: ambas acudieron a
Jesús con fe.
El gobernante, líder de
la sinagoga, se arrodilló ante Jesús. En lugar de recurrir a su posición o
conocimiento religioso, se humilló y se rindió con fe. Reconoció que Jesús
tenía poder incluso sobre la muerte.
La mujer, por otro
lado, había agotado todas sus opciones. Religiosa y socialmente era considerada
impura. Vivía aislada, sin esperanza. Sin embargo, creyó que con solo tocar el
manto de Jesús sería sana. Y lo fue.
Ambas historias nos
enseñan que no importa cuán desesperada o imposible sea la situación, podemos
vencerla si venimos a Jesús con fe. Podemos traerle nuestros temores y cargas,
y también interceder por quienes no pueden hacerlo por sí mismos.
Tal vez hoy tú también
estás frente a algo que te sobrepasa. Puede ser una pérdida, una enfermedad,
una situación sin salida. Pero no estás solo. Así como aquel padre y aquella
mujer en el pasaje, tú también puedes venir a Jesús.
Él no se aleja de los
que vienen con fe, aunque sea pequeña. No exige que llegues limpio o con todo
resuelto. Solo te invita a acercarte. Y si lo haces, encontrarás en Él poder
para vencer lo que parece imposible, gracia para lo que no entiendes, y consuelo
en medio de la lucha.
¿A dónde iremos cuando
enfrentamos algo más grande que nosotros? A Jesús. Él es suficiente.