¿Dónde podemos ir cuando estamos demasiado perturbados para pensar claramente, cuando el vacio interior parece agobiarnos y nuestros temores son como un mar intranquilo, agitado, que no se calma? ¿Dónde pueden las almas lastimadas encontrar un lugar para renovar la fe, la esperanza y el amor en medio de su dolor?
Hay razón para llorar con los sobrevivientes de las tragedias naturales y de las guerras, así como hay razón para sufrir con aquellos que han pasado por la pena de perder a seres amados, o de perder su salud. Hay razón para afligirse con los hijos de alcohólicos, con las víctimas de abuso sexual, y con las incontables otras personas que nos rodean. Estas personas necesitan desesperadamente alguien que los ame en medio de lo que parece ser una larga noche, oscura e interminable. La gente que ha sufrido daño necesita palabras de consuelo, de alguien que los acompañe, alguien que alivie la carga de su soledad, de su ansiedad, de su vergüenza, de su quebrantado corazón, y de su desesperación. Anhelan una voz familiar, alguien que los sostenga, que les diga, no temas, todo va a arreglarse.
A menudo este consuelo no viene; cuando no viene, la persona que sufre se siente tentada a adormecer el dolor de maneras muy autodestructivas: Algunos abusan del alcohol y las drogas, de la música o del sexo, otros se aturden emocionalmente, otros se aíslan, otros se dedican solo a trabajar. Pero... ¿Qué necesitan estas personas? Necesitan consuelo y apoyo, no solo de la gente, sino que necesitan el consuelo de Dios.
Para ver un ejemplo de cómo Dios actúa consolando, podemos pensar en el apóstol Pablo, quien tuvo que soportar toda clase de problemas y dolor. Pablo mismo describe algunas de las cosas que pasó: “cinco veces he recibido 40 azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas, una vez apedreado, tres veces he padecido naufragio, una noche y un día he estado como náufrago en alta mar, en caminos muchas veces, en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frio y en desnudez” (2da corintios 11:24 al 27).
Sin embargo, Pablo fue más que un sobreviviente, que, aunque se acordaba de todo lo que había pasado y sufrido, no era un esclavo de esos recuerdos. Así lo percibimos cuando escribió: “Bendito sea el Dios y padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con la que nosotros somos consolados por Dios. Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados, derribados mas no destruidos.”
En resumidas cuentas, en medio del sufrimiento podemos hallar consolación en Dios y Él a su vez nos da la capacidad para consolar a otros. Entendemos que Dios por medio de su espíritu consolador, está con nosotros para darnos fortaleza y seguridad. Si usted necesita ser consolado por Dios, es importante que su vida esté en manos de Dios primero; si no ha entregado su vida a Jesucristo, le invito a aceptarle hoy como salvador y así sabrá donde acudir en medio de los problemas, al consuelo que solo él le puede dar.
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